
La Historia Oral como medio para acercarse a la problemática de los huérfanos de la Guerra Civil española de 1936. *
Pedro Pascual Lindes.1
“Crecen. Y apenas los entierran, rompen los tablones
de pino y los catafalcos de acero;
crecen después en la tumba, fuera de la caja abren la
tierra como las semillas del centeno
y ya, bajo el sol y la lluvia, en el aire, sueltos,
y sin raíces, siguen y siguen creciendo.
Yo me voy a crecer con los muertos.”
León Felipe.
Introducción.
En todo conflicto bélico explícito existe una generación de personas que nace durante el mismo o escasos años antes de producirse; son los llamados “Niños de la Guerra”. En la generación de infantes que vive la guerra civil española de 1936 (nacen entre los años 1925 a 1939), que constituye hoy día el colectivo de personas que rondan entre los 75 y 85 años de edad, encontramos un grupo o subgrupo extremadamente cuantioso2 a los que les fueron asesinados (fusilados) sus padres (padre, madre o ambos) por el llamado Bando Nacional Fascista durante la guerra o los años de posguerra.
A diferencia de los que pudieron salir de España (durante la contienda a Rusia, los llamados “Niños de Rusia”, o como refugiados a Francia o a países hispanoamericanos), los que permanecieron en el país no tuvieron más remedio que someterse a los designios de los vencedores y ser educados bajo los postulados del nacional catolicismo. Este artículo pone en escena varias historias de vida de estos niños y de estas niñas.
Existen trabajos historiográficos dedicados a esta generación, pero ninguno, que yo sepa, que haya tomado como sujeto de estudio (descarto “objeto” por fin) a este grupo marcado por la orfandad. Su triste situación e historia fue ocultada, reprimida y vetada por la dictadura franquista a lo largo de los casi cuarenta años que duró su existencia. Tampoco se sabe hoy prácticamente nada de ella, como si no hubiera habido más víctimas que las que cayeron sin vida a la tierra, cuando junto a cada padre o madre asesinada se hallaba una familia entera que quedó marcada para siempre por el horror, el sufrimiento y la desdicha. Nadie aún se ha interesado por hacer pública esta historia, ni tan siquiera nuestros historiadores, como si estuviera maldita y desahuciada de la Historia de España:
“Los niños de la guerra lo pasamos muy mal, yo algunas veces lo he “comentao”, que se ha escrito mucho de los niños de la guerra que se fueron a Rusia y a Francia y a esto, y qué poquito se han “preocupao” de los niños de la guerra que nos quedamos en España, que lo pasamos realmente mal, de verdad, lo pasamos bastante, bastante mal, no ya por lo que le hicieron a nuestros padres, sino por el hambrazo tan enorme que hemos “pasao”.” (H1)
El conflicto bélico de la Guerra Civil se resolvió con la pérdida de los derechos democráticos de la II República Española y con la subida al poder del dictador Francisco Franco. Durante cuatro décadas, la mano del opresor acalló voces, reprimió sentimientos mediante el miedo, el encarcelamiento, la tortura y el asesinato. Las familias de los vencidos quedaron al margen, estigmatizadas, culpabilizadas, aterrorizadas, carentes de derechos y cargadas de obligaciones hacia sus opresores. Sus retoños fueron igualmente tachados de rojos, apartados, denigrados e injuriados por los vencedores. Hubo casos en que infantes se cruzaron por la calle con los verdugos de sus padres, que pasaban indiferentes o incluso vivían con la conciencia tranquila de haber hecho un bien para la criatura. Pasaron hambre, conocieron la miseria, el castigo, la humillación y el miedo de por vida:
“Que yo te voy a decir una cosa, que yo hace diez o quince años que se me quitó el miedo, que no se me había “quitao” —se me había quitao un poco el miedo, porque yo ya me enfrentaba a los hijos de la derecha del pueblo y tal y cual, pero siempre con un… con una cosa ¿no?— Ahora, hace diez o doce años o así, me da igual que salga el sol por allí que por el otro lao, porque ya tengo muchos tiros pegaos, ¿sabes?, ya soy mayor.” (H2)
Pero supieron salir adelante; se hicieron mujeres y hombres, se unieron e hicieron su familia, que sacaron adelante al son de la honradez, la humildad y el trabajo.
Después, muerto en la cama el dictador, “para que los odios acumulados y las viejas heridas de la guerra no impidieran la transición y el establecimiento de la democracia” (percepción y discurso cuestionado y cuestionable), se hizo un pacto tácito de silencio entre las fuerzas políticas instituidas. Hoy día, después de 32 años de democracia en España, la mayoría de aquellos inocentes huérfanos aún siguen sin poder honrar a sus padres (asesinados por defender los mismos principios y derechos democráticos de hoy día), sin saber incluso, la mayoría, a qué campo, cuneta o fosa común de cementerio fueron a parar. Esta actitud de los sucesivos gobiernos democráticos españoles, de no prohibir, pero tampoco de no facilitar ni ayudar (en muchos, de entorpecer y denegar) a estas personas a hacer públicas sus historias, a superar sus miedos y angustias, que aún ahogan y retienen, nos ha llevado a una situación atípica en relación a los demás países europeos, que han realizado una magnífica labor de recuperación mnemónica de la historia de sus mayores. En pro de no sé qué absurda idea de asentar la reconciliación a base del silencio y el olvido, cuando aúna y sana lo contrario, pues ya lo dice el refrán “Quien canta, su males espanta”, acumulamos todavía muchos aspectos de la historia reciente de nuestro país sin documentar, y es posible que nunca lo estén. Este trabajo intenta recuperar la palabra de estas niñas y de estos niños para hacerla pública, y tome, de una vez por todas, el lugar que le corresponde en la historia de nuestro país.
La idea del trabajo.
La idea general del proyecto parte de una entrevista que realicé a mi suegro, Julio González, precisamente huérfano de la guerra civil, pero aún sin tener en mente embarcarme en un estudio mayor sobre este tema, sino con el objetivo de recuperar y preservar la memoria familiar. Sin embargo, pronto se iba a despertar en mí el deseo de abrir este campo de investigación, a raíz de una mesa redonda que organizó el Archivo Municipal de Córdoba, dentro del ciclo de conferencias-coloquios, denominado “Archivando Memorias”, bajo la dirección de la directora del Archivo, Ana Verdú, y del director del Taller de Historia Oral del mismo, Rafael Morales, cuyo título fue “La memoria de la ausencia: Los hijos de los vencidos”. En la mesa participaron dos huérfanos de guerra, que contaron su experiencia de vida y la compartieron con el público asistente, que fue cuantioso. El acto resultó muy emotivo, enriquecedor e inolvidable, no sólo para los narradores de las historias, sino para todos los oyentes. Era la primera vez que ante el pueblo de Córdoba se mostraba la historia de estas personas, después de tanto tiempo de silencio, para decir aquí estamos y esto hemos vivido.
El porqué y el para qué de estas historias.
José Miguel Marinas nos enseña en su libro “La escucha en la historia oral”3 que los relatos biográficos tienen en sí un sentido ético y político. A consecuencia, pone en escena dos pares de expresiones sintomáticas que se han barajado mucho en pro y en contra de la recuperación de la memoria histórica en España. El primer par está compuesto por: olvidar para no entorpecer/ recordar para construir, y atañe al poder político. El pacto de silencio de la Transición se hizo en función de la primera expresión. Esta se halla en la cúspide del orden de lo imaginario, pues en realidad el sujeto no puede olvidar un hecho de esas características, le es imposible. Ese olvidar se refiere, por tanto, vuelto al plano real del sujeto, a silenciar, es decir, a seguir con la losa de los cuarenta años en lo alto. Vuelto al plano político, del poder, el olvido sí es posible, y toma su máxima concreción intentando olvidar no los hechos que pasaron, sino a las personas que directamente o indirectamente los vivieron (vemos como se han muerto muchos familiares esperando autorizaciones para buscar a sus familiares). La segunda expresión se traslada y se instaura en el ámbito de lo político y de la producción historiográfica. Se puede recordar para construir y producir un saber que intente comprender lo incomprensible del acontecimiento, cierre las heridas y olvide (estaríamos ante la producción historiográfica clásica) o recordar para construir, pero sin olvidar, con las heridas aún abiertas, para que sea la reconciliación quien las cure y las cicatrice4 (estaríamos ante otra forma de hacer historia, de la que la práctica de la historia oral puede decirnos mucho).
El segundo par: vivir para contarlo/contarlo para vivir, pertenece al ámbito del sujeto y concierne a su sentido ético. Vivir para contarlo, dice Marinas “es más que sobrevivir”, es tomar parte de y asumir la condición de testigos de ser y haber sido víctimas de la injusticia y el dolor de un exterminio5. Contarlo para vivir va más allá de asumir dicha condición anterior, de la denuncia y el documento, pues se genera a partir de una necesidad vital que se colma en la relación interpersonal (“Sólo quien ha sufrido, quien ha perdido, experimenta la necesidad de contarse”, nos apunta Simone de Beauvoir en su libro “La mujer rota” Marinas y Santamarina, 1993.). Porque al contar, lo vivido, como dice el poeta de Cántico, Ricardo Molina, “recobra nuevo sentido y nueva hondura”, o en la agudeza analítica de Jesús Ibáñez “hacer resonar la fuerza de los acontecimientos para que hagan doler las heridas, penetren por las brechas, ensanchándolas”6, no sólo ya en el que cuenta, sino en el que escucha, que puede ser individuo o grupo, pueblo o humanidad. De aquí el porqué y el para qué de estas historias.
Teoría y método.
Dos son los conceptos principales en los que se constituye teóricamente este trabajo: el de historia oral y el de historias de vida. Historia oral de un acontecimiento: la Guerra Civil Española de 1936. Materia prima de dicha historia: historias de vida de personas que quedaron huérfanas durante la contienda. Tratándose de historias de vida, cuyos relatos se generan a partir de lo vivido por los sujetos durante el segundo tercio del siglo XX, la historia oral que se analiza se extiende a lo largo de la dictadura franquista hasta nuestros días. Si cada historia oral está compuesta por una serie de historias de vida, las historias de vida albergan un abanico de historias orales, que se encadenan, se suceden y se entrelazan, como visualizadores de primer orden para el estudio del cambio social vivido por el sujeto en un contexto histórico determinado.
Epistemológicamente me apoyo en el concepto de escucha como “principio y fundamento de la historia oral”, que traslada el profesor José Miguel Marinas a la historia oral desde la teoría psicoanalítica. La escucha (sin escucha no hay historias, nos viene a decir) se nos presenta no sólo como acto que realiza el entrevistador a la hora de sentarse junto al entrevistado y atender su historia, sino como un enfoque de trabajo y práctica de conocimiento que atraviesa de principio a fin todo el proceso de investigación de lo biográfico, desde el momento de elegir el tema, el objeto y objetivos de estudio, hasta la forma de ir ayudando y atendiendo a la producción, análisis e interpretación de las historias.
Para la producción de lenguaje (del texto documento), como materia prima del análisis sociológico, he utilizado la técnica de la entrevista, porque solo mediante un proceso lingüístico de intercambio de discursos7 podemos adentrarnos en el mundo subjetivo y social del sujeto. Las técnicas utilizadas por la investigación social cualitativa no pueden ser meros instrumentos para recabar sólo y simplemente datos, sino que tienen que ser conversaciones de escucha activa, por lo que hablamos, más que de una técnica, de una práctica, en el sentido de que el mismo acto de conversación pueda ser un instrumento hacia el cambio8.
Para la realización de las entrevistas se diseñó un guión abierto y orientativo, que se prestara y ayudara a la producción fluida de discursos.
La muestra cualitativa no es estadísticamente representativa de nada, y no se determina por azar, sino mediante un estudio previo y detallado de los diferentes campos o redes sociales que abarcan o se ajustan a los objetivos marcados en la investigación. La selección de la muestra se lleva a cabo y concreta mediante una búsqueda activa en todos los ámbitos y por el conocido procedimiento de la bola de nieve. Responde a un perfil que se ajusta solo a dos criterios: que sea hombre o mujer y que sus padres hayan sido asesinados en la Guerra Civil española por el bando nacional fascista. El número de entrevistas realizadas hasta el momento es de 16 sujetos: 4 mujeres y 12 varones. No se ha buscado la paridad, por la dificultad que entraña la búsqueda y participación de entrevistados.
Con las historias de vida se trata de acercarnos, no tanto a los hechos o acontecimientos históricos precisos, sino a las experiencias, percepciones o significaciones que han tenido estas personas ante la vida y ante lo vivido, los rumbos y las orientaciones tomadas a partir de un acontecimiento y contexto histórico determinado.
El objetivo principal es indagar el proceso identitario de estas criaturas huérfanas, mediante la producción de relatos biográficos, desde un plano socioestructural (los modos de vida) y sociosimbólico (valores y representaciones de lo vivido a nivel social e individual)9, que abarquen temáticamente los campos semánticos siguientes: a) El de la cultura del linaje (status familiar, valores y saberes transmitidos y heredados, etc. b) El de la infancia (vivencias de la tragedia, la pérdida, el estigma (hijo de rojo), la pobreza, la educación nacional católica, las reacciones…venganza, odio). c) El de la juventud: los estudios, los primeros trabajos, el noviazgo… d) El de la familia: reacción y acción ante la desgracia, el papel de la madre (o del padre si fuera el caso), de los hermanos, de los abuelos y tíos… e) El de la adultez: la creación de una nueva familia, la cultura del trabajo: el oficio o los oficios, el trabajo doméstico, la movilidad laboral, la emigración… Cultura y pensamiento. f) El de la vejez: El descanso, la reflexión de la pérdida y de la ausencia, la experiencia, la jubilación, los achaques, la muerte…
Historias de vida de huérfanos de la Guerra Civil Española.
Estamos, como muy bien dice José Miguel Marinas, ante “…relatos que se originan precisamente en torno a un episodio que trunca la vida y su posible desarrollo: ya nada es como antes (…), pero es que además lo que queda aquí es un legado de dolor y de muerte, de supervivencia en condiciones peligrosas, de pérdidas familiares y comunes, y, en general, de asistir, como protagonistas, a la vivencia de la sinrazón.”10
Todas estas historias se desatan, se construyen o, mejor dicho, se deconstruyen a raíz de un acontecer fatal, que se traduce en la aniquilación del linaje de los protagonistas, de su casta, hasta de sus vástagos en muchos casos:
“Mataron a un amigo mío, que jugaba conmigo, que tendría dieciséis años, porque dicen que había que eliminar toda la semilla de los Orellanas, porque el cuñado de este muchacho era anarquista.” (H7).
Son historias de vidas, que nada más empezar a construirse, se rompen, se hacen añicos, se invierten, como si nacieran de un final. Son vidas cuyas identidades se han ido erigiendo, de alguna manera, a base de desgarros y exilios constantes, tanto de lo que han sido como de lo que pudieron ser y no fueron. El primer exilio se produce con el asesinato de sus seres más queridos: exilio del amor primario. Una mañana cualquiera, el niño o la niña se levanta y ya no está su papá y/o su mamá: la raíz, el pecho que lo sustentaba, el brazo en el que se apoyaba y le otorgaba su deseo y deber de ser.
“A la mañana siguiente fueron a la puerta del cortijo dos guarda civiles y dos o tres falangistas que colaboraban con ellos. Salió mi padre en camisa, lo cogieron y ya no lo dejaron ni volver a entrar. Le ataron las manos atrás y salió mi madre, salió mi hermana —que tenía ocho años y yo tenía once— y se lo llevaron al pueblo. Y nosotros fuimos a cien metros detrás de él andando hasta el pueblo —cinco kilometros que había—. Allí, el jefe de la guardia civil empezó a interrogarlo —estaban las ventanas abiertas a primeros de septiembre y se oía todo desde la calle— y estábamos nosotros oyéndolo. Entonces, lo acusó de comunista, y le dijo mi padre que él no había sido comunista, que él había sido de Izquierda Republicana, de Azaña. Entonces, empezó a darle voces y a decirle que cómo se atrevía a decir que era rojo. Entonces, lo tuvieron allí dos días, y a los dos días, lo fusilaron.
Mi madre iba por la mañana, que era una casa particular que la habían “adaptao” y mi padre se ponía por las noches, porque no tenían luz eléctrica, y se ponía a fumar en la ventana para que viéramos el cigarro que estaba allí. Nosotros, mi hermana, yo y mi madre nos poníamos allí en la acera de enfrente y lo estábamos viendo hasta que ya nos marchábamos. Y por la mañana iba y le daba una voz: ¡Luis!, ¡Luis! Contestaba y, entonces, le llevaba un bocadillo o lo que sea de desayuno. Y hubo un tiroteo en el pueblo una de las noches, casi todas las noches había, pero aquella noche fue tremendo, el diez por ciento de la población de Quintana se cargaron —había cuatro mil y pico habitantes entonces allí nada más y se cargaron a cuatrocientas personas…— Total, que habían venido doce firmas encabezadas por el alcalde, que se llamaba Pepe Querol, y esa misma noche lo fusilaron. No hubo juicio, no hubo nada ni nada de nada. Y el día ese que hubo un tiroteo tan grande, mi madre no se atrevió a ir a llamarlo, sino que lo delegó en mí, entonces fui a la ventana esa, que yo sabía que en esa habitación había cinco o seis y entre ellos mi padre, entonces yo empecé a llamarlo cada vez más fuerte y se abrió la puerta y salió uno y fue cuando me dijo, dice: tu padre se lo llevaron a noche a Quintana, —¡a Quintana!— (hace un ademán de haberse equivocado) a Castuera. Cuando decían en Quintana, se lo han llevado a Castuera, era la divisa que usaban ellos para decir que lo han “fusilao”.
La influencia que este hecho tiene en la posteridad es tremenda, tremenda hasta que yo salía con una muchacha del pueblo y dejé de salir con ella por esas circunstancias. Una cosa que ahora me parece fatal que hiciera yo aquello, pero yo de ver que si yo me casaba con aquella muchacha, el apellido de mi hijo iba a ser el de el asesino de mi padre, pues…” (H7)
Hay un lapsus en el contar, justo antes de que el niño manifieste que le han asesinado a su padre. Lo inconsciente se ancla, deviene en nobleza, es justo y fiel con el ser querido, que permanece a salvo en Quintana. Sólo lo real se muestra absurdo, le arrebata al padre y lo manda a Castuera. Esta agresión brutal, esta aniquilación del linaje traspasa y perfora los cuerpos, hasta las almas de los descendientes -“era un programa de eliminación de gente y de aterrorizar” (H7)- e incluso desbarata los primeros amores, el juego infantil, la sonrisa, la palabra… La orquesta estaba preparada para empezar a tocar la primera nana, pero los tiros, los estallidos de las bombas, los gritos y los golpes no dejaron al director dar entrada a los primeros instrumentos.
“Pues yo me quedé casi muda, porque resulta que yo pregonaba lo que vendía en la estación, y no podía, yo no podía ni hablar, yo no sé cómo no me quedé muda sin poder… que yo lo que hacía era llorar, llorar y llorar y no podía decir llevo esto o llevo lo otro ¿sabes? Llegaba el tren y nada, no había medios. Eso no se borra nunca, pero, vamos, que los primeros días es amargamente vivir por vivir. (…) Nosotros llegamos a saber que a mi madre la matan, nosotros nos agarramos a mi madre y que nos maten a todos, porque ya si nos quitan a ella, ¿para qué queríamos nosotros vivir?” (M3)
A unos aún sin nacer, a otros nada más hacerlo o en sus primeros añitos de vida, se les presenta de lleno un vacío, una ausencia, que jamás podrán rellenar y suplir. Sus padres, entonces, se convierten en imágenes fotográficas, en recuerdos de recuerdos, en unas últimas palabras de una carta escrita ante el patíbulo, en fantasías cariñosas que reflejan a unos padres buenos, queridos, que alegran el rostro del infante desde la nada, en sueños reveladores, que atraen a la víctima hacia su niño o niña en su hora fatal o en el aura de algún objeto regalado que del amor de padre quedó impregnado.
“No recuerdo nada de mi padre, no lo recuerdo en absoluto, porque yo tenía dos años y pico, porque yo nací en el treinta y tres… En el treinta y seis… Yo nací en diciembre, o sea, que yo tenía dos años y medio, y yo no recuerdo nada. Y todo lo que recuerdo es por las fotos, muchas fotos de él y de la familia y tal, y en todas estoy yo muy chico, y siendo ya mayor no tengo ninguna foto con él, claro. (…) Que lo que siento es no haberlo conocido (se emociona y echa a llorar).” (H3)
“Mi padre es que casi no le dio tiempo, pero mi padre… dicen que estaba loco “perdío” por la niña, y dicen que iba un día un salero, un hombre vendiendo sal con un burro y llevaba un cascabelito y dice: ¡Qué cascabelito más bonito! —dice—, ése se lo quito yo para mi niña. Y lo tengo “guardao”, tengo yo el cascabelito “guardao” ese que cogió mi padre del borrico. Dice: ¿Se lo quito? Dice: Llévatelo, hombre, si es tu deseo. Y era: ¡Mi niña! ¡mi niña! ¡mi niña! Y no sé, eso ya no sé, pero mi madre dice que cuando lo mataron, que yo en el sueño o como fuera que dije: ¡Ay, mi papá, mi papá, mi papá, mamá, mamá, papá, muchos hombres, muchos hombres, muchos hombres, sangre, sangre! Y al otro día ya se formó el careo y lo habían “matao”. Como si me hubiera “revelao” o como si él estuviera aclamando mi niña o algo, ¡porque él estaba con su niña (se emociona) que no tornaba!”. (M4)
Hay un antes y un después, familiar e individual, en estas historias. De la cohesión familiar se pasa a su desestructuración; madre y prole se separan, hermanos y hermanas quedan solos, hacen piña como camada solitaria ante una sociedad depredadora. La identidad de estas infancias se acelera, se perfila y configura a temprana edad, no tanto marcada por la frontera natural entre el nosotros y los otros, sino sacudida por la confrontación, la explotación y la violencia. El primer testimonio pertenece a Francisco, un hombre que rezuma bondad por los cuatro costados, el segundo, a una mujer, huérfana de padre y madre, que comenzó la entrevista recitando un poema suyo, titulado: “Siete corazones rotos”, el tercero a un niño, a un niño del barrio cordobés de la Colonia de la Paz, que le mataron a su padre ferroviario, y el cuarto a un niño del pueblo cordobés de Montoro, que se busca por si solo la vida en el campo y que hace frente, desnudo, al ultraje y la ofensa.
“Yo amaba mucho a mi padre, y siempre iba de la mano con él al trabajo y con él aprendí todos los oficios del campo que entonces había. Y me lo mataron por no haber hecho “na”, porque era muy bueno, y me lo quitaron y me quedé sin lo que yo más quería” (se emociona y llora). (H4)
“A mí me quiso coger una mujer que iba mucho a Puerto Llano, dice: Tú te vienes conmigo, que yo “to” lo que tenga es “pa” ti. Digo: Yo no me voy a ir con usted ni con nadie (…) Y, entonces, ya pasó lo que pasó con mi padre y ya cada uno tuvimos que tirar… Mi hermana, esa mayorcilla que yo, se quedó con los varones y se quedó cuidándolos. Luego esa hembra se fue con esta tía mía que estaba en Mirabueno y estuvo una “temporá” con ella y así estuvimos hasta que nos repartimos. El más pequeño se fue a guardar marranos ¡con lo pequeño que era! Y el otro se fue a una fragua y yo que me vine para Córdoba a servir”. (M3)
“Tú imagínate el daño que causó a todos, que fuimos una de las muchas víctimas que causó aquello, que a mí particularmente me llevó a un sentimiento de venganza de que cómo podría yo vengar la muerte de mi padre, porque durante mucho tiempo estuve pensando dónde buscar yo una pistola para fulano, porque era un jefe del depósito de ferrocarriles el que lo había “denunciao”, y lo había “denunciao”, porque era un hombre del sindicato, que de vez en cuando reclamaba que esto… aquello de que eran rojos. Eso me duró un tiempo hasta que ya me empecé a dar cuenta de que no tenía sentido la venganza de mi padre.” (H6)
“¿Tú cómo te llamas? Cuando le digo el apellido ¡bua! Uno que era el que más hablaba siempre de los dos —el otro era ya un hombre mayorcete, guardia civil, y parecía más… ¡menos mal que estaba aquel, si no aquel día me machaca!— En fin, nos pone allí como un trapo, pero se lía conmigo: ¡Conque tú eres el hijo de aquel granuja rojo, hijo de puta!… no sé qué, no sé cuánto. Yo se me fue la azotea ya. Digo: Tú a mi padre no le dices eso, porque no tienes huevos pa “na”. Ya se me escapó “to” el rollo ¿no? Digo: ¡Si yo fuera en vez de ser un crío, que estás abusando de mí con este guisaropa, yo fuera una persona así de grande como tú, aunque no tuviera ropa de esa que tú tienes, te había machacado ahora mismo! ¡Pues al tío le entró un coraje! ¡Me pegó un hostión! Y salí rodando hasta abajo, y, yo, conforme iba rodando, todas las piedras que iba encontrándome las cogía, y cuando me levanté, cuando pude, que me quedé medio “atontao”, que ya me espabilé, yo tenía piedras en los bolsillos y por todos laos, y me lié a peñascasos con el tío ¡bua! No le dio ninguna, porque el tío hacía así (mueve la cabeza). Pero no me veas cuando yo llegué arriba, me puso el fusil así. Digo: ¡Mátame, que eso es lo que hace falta, si eso es lo que sois capaces de hacer ustedes, no sabéis hacer la o con un canuto, pero sí sabéis matar a la gente!” (H5)
El segundo exilio, en algunos casos, que sufren estos niños y niñas, apunta directamente a la primera marca identitaria, al nombre que le pusieron sus padres, que lo distinguía y lo enraizaba en un linaje:
“Cuando me voy a casar, resulta que yo pido mi partida de nacimiento y en la partida de nacimiento no aparezco como Julio González, sino como Julio García Marín, o sea, en pocas palabras, como si fuera hermano de mi madre ¿no? Entonces, yo fui a hablar con mi madre y le dije: Mamá, ¿esto qué es? Y ya empezó a contarme cosas”. (H7)
También se borra, desaparece del mapa cualquier nombre que relacione al infante con la marca ideológica de los padres:
“Luego, más tarde, necesité una partida de nacimiento del juzgado y fue donde me llevé la sorpresa ¿no? (…) y más cuando mi padre me puso en el registro civil de que yo era Dimitrov González García, y ese nombre ya no aparecía allí, es que no estaban las hojas, se ve que las habían “arrancao”.” (H7)
La falta de consideración hacia las víctimas y hacia los familiares, la incapacidad de los arrebatadores de ponerse en la situación del sufrimiento ajeno, hace que los cuerpos de las personas fusiladas se abandonen en las cunetas y en los campos o se entierren en fosas comunes sin registro de posición. Premeditadamente o simplemente por desidia sicópata, los cuerpos son ocultados y en muchos casos no se informa a los familiares de dónde son enterrados ni se toma constancia de su enterramiento en los libros de registro de los cementerios, alimentando falsas esperanzas en las familias de que su ser querido (no encontrado, desaparecido) pudiera en última instancia haber sobrevivido a las descargas. El tercer exilio enajena a estos niños y niñas de la muerte de su linaje, pues desaparece cualquier resto material, cualquier lugar donde poder recordar u honrar la existencia del ser querido (exilio de tumba):
“No nos enteramos de “na”, ni que había muerto ni de “na” y esas cartas son las que nos explicaron que mi padre había muerto en Mauthausen.” (H2).
E incluso teniendo constancia de su muerte, hay una parte de la niña que se resiste a asumir del todo la realidad y quiere, desea —uno recuerda la elegía de Miguel Hernández a Ramón Sijé— regresarlo, verle aparecer por la puerta.
“Mi padre, como en casa no sabían… en el momento que detienen a mi padre y con el follón que había, pues yo me imagino que todo tuvo que ser en la locura, quitarse de en medio, a ver lo que hacemos, qué no hacemos y, entonces, mi madre se muda de la casa donde yo nací —yo nací en la calle Postrera, nº8, en una casa de vecinos ¿no?— Y mi madre se quitó de en medio de la calle Postrera y se fue a vivir a la calle el Cristo. Bien, pues, con el tiempo se me aclararon algunas cosas de la historia de mi padre, que no acaba aquí. Yo de siempre había oído decir a mi abuela —que yo que vivía con ella— que a mi padre no lo habían “fusilao”, que mi padre estaba vivo. Y a mí aquello me sonaba raro. Yo se lo decía a mi madre y mi madre siempre me decía: Mira, si tu padre hubiera vivido, tu padre hubiera “dao” señales de vida, porque nos quería mucho a los dos. Yo no lo creo, tu padre no está vivo. ¿Por qué digo esto? Porque, efectivamente, a mi padre no lo fusilaron, mi padre se escapó. ¿Que por qué llego a esta conclusión? Porque al margen de lo que me decía mi abuela, que decía que había recibido una carta un poco extraña de una persona que para ella era o bien de mi padre o de algún amigo de mi padre, pues al margen de esto, ocurrió, yo ya por esas épocas era ya un chavalote y ocurrieron dos cosas que vinieron a refrescarme esto: resulta que un día mi madre se encuentra con una vecina de la calle Postrera, al cabo de mucho tiempo, y al verse, se saludaron, y esta mujer le dijo a mi madre, dice: Si te hubieras “quedao” en tu casa, te hubieras ido con tu “marío”, porque a tu marío no lo fusilaron, tu “marío” vino a buscaros a los dos, a ti y a tu hijo. Mi madre le dijo: ¡Hombre, yo lo que menos me podía esperar era que sobreviviera al fusilamiento! Pero lo que más temía era lo que ocurría entonces, que yo en este caso podía haber sido de esos hijos famosos que adoptaron los victoriosos ¿no? los que ganaron al pueblo ¿no? Me alegro no haber sido de estos niños, porque aunque mi infancia no ha sido muy buena, la prefiero así. Y, entonces, las cosas quedaron así. Pero un día, veníamos mi madre y yo por una calle, que es muy pequeña, y veníamos por allí, no se me olvidará en la vida y mi madre se encontró con un hombre. Este hombre, cuando vio a mi madre, la abrazó, me abrazó a mí y el hombre llorando me dijo que él no había “matao” a mi padre (se emociona), que él era un buen amigo, que mi padre era una buena persona y que él no podía consentir eso. Entonces, dice que él formaba parte del pelotón de fusilamiento de mi padre, que fue y habló con el capitán y le dijo, que no podían matar a esa persona, que era una persona muy “honrá» y muy buena persona. ¿Y qué fue lo que ocurrió? Pues que el capitán le dijo: Bueno, mira, lo que vamos a hacer es lo siguiente: cuando vosotros tiréis los tiros, pues no tirarle a él y, yo, cuando vaya, pues no le voy a dar el tiro de gracia ¿no? y luego que sea lo que Dios quiera. Así es que por eso digo que sepa usted dónde está mi padre “enterrao”, porque yo creo, bueno yo creo firmemente que eso fue tal como lo estoy contando, que a mi padre no lo fusilaron. (H7)
“A mi padre lo había “enterrao” mi tío ¿no? Y yo decía: Lo mismo aparece mi padre cualquier día. Yo de chica me he hecho ilusiones cuando me acostaba, yo me decía: Eso el mejor día viene mi padre y está vivo. Mi padre está vivo. Y lo había “enterrao” mi tío. Y he “soñao”, no hace muchos años, que vino y lo vi, que yo no conocía a mi padre, y tenía la cara como en la foto, el cuerpo “delgaito”, como era.” (M4)
Cuando el terrible acontecimiento pasa, empieza la supervivencia, la represión, la exclusión y el estigma: nos encontramos ante el exilio social:
“Pasamos mucha, mucha hambre, hambre física, hambre social, que es peor todavía me parece.” (H1)
Es la madre herida, también, según circunstancias, la abuela y tías (madres y hermanas de las madres de la guerra), las que se hacen cargo y tiran de la familia hacia delante. Hay en estas historias de vida una historia oral de la mujer vencida y señalada, castigada, silenciada, explotada (historia oral del servicio doméstico de posguerra, del trabajo campesino de la mujer, etc.), denigrada e incluso asesinada por los vencedores.
“Yo tenía año y medio, no los tenía cumplíos, y se quedó mi madre viuda, y no tenía nada, nada, nada más que sus brazos. Entonces, ella, a trabajar, que lo mismo iba a segar al campo, a coger aceitunas, a blanquear los pisos, a hacer matanza, a todo le echaba mano, porque era una mujer de mucho temperamento y una mujer de una vez”. (M1).
Hablamos de discriminación de la mujer, pero también de heridas. Las dos son triples; discriminada por su condición de mujer, por ser mujer de “rojo” y por ser pobre (empobrecida) y hacerla más pobre aún (ley de Incautación de Bienes). Las heridas tres (otra vez echo mano del canto de Miguel Hernández): la de su marido asesinado, la de sus hijos (pobreza y muerte en muchos casos), la de su vida.
“Se deshizo, porque mi madre, la pobre, lo primero que hizo, claro, si ya no estaba su marido tenía que buscar las habichuelas también como fuera ¿no? Entonces, nos fuimos a casa de mi abuela, aunque en realidad, tanto mis hermanos como yo, nos hemos criado con mi abuela. Ella se puso a trabajar. Y yo no sabía, eso me lo contó mi hermano, que mi madre había “estao” sirviendo con Don Bruno y yo no sabía que mi madre había discutido con la señora, porque la señora de Don Bruno era lo mismo, que pensó que la criada era una esclava y de mujer de rojo y tal, en fin. Y mi mujer, y mi madre, —joé, mi mujer— mi madre le dio un empujón a la tía y le diría ya que me tienes hasta el moño de que hagas esto, tanto rojo y tanta leche, y la tía: ¡Que tú me has “pegao”, me has “empujao”, cuando venga el señorito! Claro, el señorito, cuando le hubiera dicho su señora que la criada la había “empujao” con los antecedentes del “marío”, aunque la pobre mía nunca había estao en follones ni de política ni nada ¿no? —se había unido, se había casado con aquel hombre, porque era un hombre que le gustaba y asunto concluido ¿no?— Pues, claro, cuando vino a casa y le dijo a mi abuela lo que había, que yo recuerdo a mi madre decirle a mi abuela: Entonces, ¿qué hago? Pues vete donde sea, quítate de en medio o algo así ¿sabes? Eso lo tengo como “grabado” en la cabeza ¿sabes? Luego, ya se perdió. Y es que fue, la pobretica, muy “desgraciá”; encima del tiempo que estuvo con mi padre, que entonces los jornales no eran muy… y teniendo al suegro y luego al “cuñao” y los hijos y todo eso, pues lo pasó mal ¿no? Luego, al quedarse viuda con tres hijos y “preñá”, pues como comprenderás, no es un regalito que le guste a cualquiera. Luego, que tener que huir de Córdoba, y creo que fue en Madrid donde la detuvieron por ir indocumentada. Escribió alguna vez desde donde estaba metida, que creo que era en un campo de trabajo en la cárcel o algo así. Y, yo, como es normal, le preguntaba a mi madre, a mi abuela todos los días: ¿Y mi madre…, cuándo va a venir mi madre? En fin, que tenía yo tres o cuatro añillos. Hasta que un día ya me dijo mi abuela: ¡Ea, pues ya va a venir tu madre! Y de verdad que me dio una alegría impresionante cuando yo vi a mi madre —que era muy guapa—. Venía la pobrecita hecha un esqueleto. Se puso a trabajar con unos señores, que vivían en la calle Nueva, que se llamaban Cadenas, que tenían una finca en Villafranca, que se llamaba el Convento, y estando en el cortijo, mi madre se tuvo que venir porque le daban unas fiebres, se vino al hospital de Córdoba, después se vino a casa, estuvo ocho meses mala, vino el médico, le diagnosticaron fiebres “tifuideas”, y a los ocho meses de estar enferma, en el año 45, se murió.
Y cuando empezaba a disfrutar de mi madre, te lo chafan, entonces tenía diez años. Mi madre no fue “pasá” por las armas, pero fue “pasá” por la mala leche.” (H1)
“Cuarenta y ocho años de sufrimiento, porque mi madre era una mujer muy introvertida y ha sufrido una barbaridad, se quedó hecha un esqueleto y toda su vida, hasta que se murió, vestida de luto. Mi madre ha sido una mujer muy valiente. Nunca ha ocultado ni… le preguntaron: ¿A su marido qué, lo mataron los rojos? —le preguntó el cura de la Compañía, que era aquel alto, gordo, Don José María, y estaba yo allí— y dice: No, no, a mi marido lo mataron los buenos, los cristianos.” (H2)
Muerta en vida, como un esqueleto, expresión que se repite en otros casos, pero entera, y llena de valentía, la madre no va a permitir que a su marido lo acallen, y más aún estando muerto. De ahí las palabras de Jesús Ibáñez: “Nos mataron a los vivos, no permitamos que maten a los muertos”11.
Desaparecido el apoyo del padre, la relación con la madre se potencia y la identidad del niño se va haciendo más reflexiva que transitiva, porque más que borrar las marcas con las que es tachado por la sociedad, tenderá a cuestionarlas (solidaridad frente a competencia, afectividad frente a racionalidad, amar (estética) frente a deber (ética).”12, aunque sin olvidar que la función padre la asume en gran parte la madre.
Hay también en estas historias de vida una historia oral terrible del hambre, del trabajo infantil, de los escalofriantes orfanatos nacional católicos donde fueron a parar muchas criaturas, creyendo que en dicha institución mejoraría su condición de vida, que iban a adquirir los conocimientos básicos y una atención educativa correcta y necesaria. Pero la realidad fue precisamente la contraria, pues eran grandes centros de exterminio de la condición humana y del desarrollo del sujeto.
“Yo muchas veces a recordar me iba a lo alto de la torre y me daban unas veces unas… de esas veces que dices: ¡De aquí me voy yo como sea! Eso se me ha “venío” muchas veces. Y murieron muchos de infecciones, y no te enterabas, falta fulano, falta sotano, y no te enterabas ¡unas diarreas! Yo no sé cómo lo hacía que se enteraban ellos “na” más. Lo que pasa, claro, que trescientos cincuenta niños sólo conocía a… y todos eran de padres “mataos” y madres, huérfanos de guerra les decían ellos. Había muchos que no le quedaban nada más que las abuelas, y algunos ni abuelas, aquel que se comió el queso, esos eran de Orihuela, esos no tenían a nadie, esos eran tres hermanos y el mayor fue el que se comió el queso.” (H11)
“Mi hermano fue a mi primera comunión descalzo, que él también estaba en el colegio ¿no? —¡las monjitas no pudieron las pobrecitas darle un par de zapatos de los que les sobraban que había allí!— (….) Y estábamos jugando, el colegio tenía dos patios, uno para los más pequeños y otro para los mayores, y yo estaba en el de los más pequeños, y no sé lo que me pasaría con un nene, que estábamos arreándonos y pasó la monjita esta Sor Inés “y” intento separarnos y empezó a decir: ¡Malditos hijos de rojos! Y yo le solté cualquier taco, y se lió conmigo con una vara —la tía no llevaba una regla, no, una vara— y avisaron a mi hermano de que me estaban arreando y mi hermano fue y le quitó la vara y se enfrentó a ella y nos echaron del colegio de auxilio social, que ya no me acuerdo cómo se llamaba, y esa vez tuvimos la suerte de salir por la puerta principal, que por ser hijos de rojos, entrar, entramos por la puerta de atrás.” (H2)
Hay en la primera cita un deseo frustrado, fantasía de salir del exilio social mediante el exilio de sí mismo (suicidio). Y el hambre atroz en sus diferentes categorías, niveles, ambientes: el exilio de los recursos naturales básicos y necesarios:
“¡Era tan mala la vida que pasamos mucha hambre! Yo podía contar lo que era pasar hambre en aquella época, le puedo decir que yo he visto a mis hermanos comerse las cáscaras de los altramuces del suelo, de la que tiraba la gente al comérselos. Y comerse las conchas de las paredes de cal, se ve que su necesidad corporal de que le faltaba calcio. Yo, igual, yo he pasado más hambre que la más, pero yo era más fino que ellos, era mayor, y yo me iba a la Victoria y ahí había unos… como una especie de salas de fiesta al aire libre y, entonces, estaba pendiente de los pudientes, que pedían gambas, claro, se comían las gambas, pero la cabeza y las cáscaras las dejaban allí, y cuando se iban, el papel se lo dejaban allí, y yo me lo llevaba y me dedicaba a chupeterrear las cabezas y las cáscaras. En ese sentido era más fino que mi hermano. (H8)
Sólo hay una forma de salir del exilio, estudiando o trabajando para formarse al máximo, pero sin arrastrarse, sin regalar lo más mínimo al poder, largando todo el trapo y haciendo surco en una tierra sembrada por el miedo, la exclusión y la desidia social:
“(…) entonces ya los ricos que había son los que se repartieron la finca y por el mero hecho de que tú eras de izquierdas, pues… ¡te puedes morir de hambre si quieres, no te voy ayudar para nada! ¿no? Pero nosotros dijimos que no nos moríamos y nos tiramos con la boca abierta a la calle, a buscar la vida.” (H2)
Son las redes familiares, de amigos, de vecindad las que ponen manos a la obra para ayudar a estas familias a salir adelante:
“De los amigos de mi madre, pues he conocido, pues… a media docena, y todos se han “portao” muy bien conmigo. Yo he tenido mucha suerte, porque me he encontrado muy buenos amigos en todos los órdenes hasta cuando he tenido problemas, que los he tenido siempre, me han ayudado muchísimo. Y cuando se murió mi padre, si no llega a ser por sus amigos, por los empleados que teníamos y por los clientes, no hubiéramos salido adelante, porque la imprenta nos la requisaron. Y todos se empeñaron en enseñarme, porque cuando estaba mi padre, yo no sabía nada del oficio; tenía once años cuando lo mataron.” (H16)
“Eran seis hijos, cuatro varones, dos hembras y los dos que recogió él, que se quedaron sin padre ni madre, y nosotros nos fuimos también con él a vivir al chozo. Y, después, desde el chozo, nos fuimos a vivir con el otro hermano de mi madre, y fuimos al puente de los Piconeros, que la casilla que hay allí era del guarda, de un Gavilán, toda su vida allí, y allí nos recogió. Por lo menos era mejor que el chozo, pero durmiendo siempre en el suelo, que nos tiramos cuatro años durmiendo en el suelo. Las primeras camas que tuvimos nos las dio ese Luque, el que decía que me iba a dar la colocación”. (H7)
Tampoco fue todo el monte orégano y en el seno familiar hubo quien no entendió bien el amor o no lo conoció y sí el egoísmo y la maldad para con los suyos:
“Y, entonces, nos quedamos solos y un hermano de mi madre nos cogió —nos cogió pero para hacerle todos los trabajos malos del campo y nos fuimos allí como esclavos— Yo tenía unos seis años aproximadamente y tenía una piara de cochinos de él, y yo estaba con los cochinos solo y descalzo echándole chumbos con una caña y tenía que ir corriendo de una sombra de un olivo a la sombra del otro, porque me quemaba los pies.” (H5)
Y en último caso el exilio espacial; primero hubo que salir del pueblo, después de la región, más tarde del país. Un exilio forzado hacia una nueva explotación, pero que abría de par en par una ventana abierta hacia otros mundos, óptima para pensar y ver desde el margen las tremendas fallas de la sociedad franquista. Hay una historia oral de emigración de los años 60 riquísima en estas historias de vida para presentar y analizar.
“En agosto del sesenta y dos me fui yo a Frankfurt, a una fábrica de las más grandes que tenía Alemania, que tenía una plantilla de cincuenta y dos mil quinientas personas, entre ellos, quince mil españoles. A esta fábrica no le hicieron nada en la guerra, porque era internacional, era de ochenta naciones. Ahora, ¡aquello era contaminante! de productos químicos. Estuve año y pico. Y yo caí bien, y estuve en una nave, y con un italiano fue la primera pelea, porque me estuvo contando un segoviano que estaba en la parte de arriba y dice que le contaba al “encargao” que yo no trabajaba, y lo que pasa cuando llegas a un sitio nuevo, que el más tonto te manda y eso que el “encargao” nunca me llamó a mí la atención y se lo dije cuando vino y le di bien, y fíjate que no trabajaba que me pasaron a la A45, y allí ya estaba mejor, más “complicá” de contaminación ¿sabes? Aquello atacaba al asma.” (H11)
Después del paso de la vida, viene la reflexión, el recuento, el cierre, pero no de las heridas, que quedan abiertas, sufridas hasta el final, maestras de vida, hacedoras de verdad.
“Yo me acuerdo de una señora de allí de la calle Gragea, que la cantiñuela que tenía era: ¡Para qué habremos “nacío”! ¡Para qué habremos “nacío”! Y, yo, a veces, me lo digo, de verdad, Pedro, si después de todo lo que hemos “pasao”, que sí, que tienes la alegría de que te has “casao”, que tienes tus hijos, pero ¿para qué coño habremos “nacío”? Porque eso de haberte criado sin padre, luego sin madre, con la abuela, con el mal trato en los trabajos… ¡Hombre! ha habido momentos que lo he pasado bien, pero si toda mi vida hubiera sido de plena amargura, pues figúrate ¿no? Pero… ¡que no merece la pena! Tengo a mis hijos, vienen mis nietas, que yo las quiero mucho, pero hay tantas cosas negativas, que no sopesan la balanza.” (H1)
“Y cada día mejor ¿qué quieres que te cuente? porque, mira, porque ahora yo tengo siete hijos —que yo soy analfabeto, como te he “comentao”, ¿no?— (suelta media carcajada); mis siete hijos han “estudiao” todos, menos… tengo seis niñas y un niño, menos el niño, que no quiso estudiar, pero me jubilé y lo metí a él, pero como si hubiera “dao” carrera a los siete. Estoy muy orgulloso de ellos, son muy buenos mis hijos y yo para ellos también. Tenemos una buena vivienda, porque, te comento, aquello que le compré a ese señorico ¿no? hice yo allí un cortijo y tal y cual, y cuando me harté de campo, agarré y se lo vendí a unos ingleses hace cinco o seis años, si te digo que me dieron los ingleses cuarenta y dos millones de pesetas, que eso no se lo cree todavía nadie de la gente del pueblo, porque, a pesar de todo eso, yo soy un tío con suerte.(…) Yo tengo una paga… mi mujer tiene una paga…. Y el piso ese que lo tengo “alquilao”, o sea, que estamos viviendo ahora muy bien. No nos lo ha “regalao” nadie, lo hemos trabajao, porque mi mujer para criar siete hijos ha “tenío” que navegar también. Mi mujer es muy “miraora” por un duro, yo también, porque nos hemos “criao” en unos tiempos muy raros, no quiero ofender a nadie ni quiero “na”, pero muy raros, pero, en fin, aquí estamos muy a gusto.” (H7)
Parece que las historias van llegando como a un principio, a ese principio que debió ser, cuando la vida se calma, es por fin grata y llega a su final.
Fuentes Orales
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Salvador Pérez Núñez. Entrevista realizada el 18 de octubre de 2010 en Córdoba. España.
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José López Gavilán. Entrevista realizada el 30 de abril de 2010 en Córdoba, España.
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Bernardino Caballero Sepúlveda. Entrevista realizada el 31 de julio de 2010. en Granada. España.
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Juana Luna Coleto. Entrevista realizada el 21 de enero de 2010 en Córdoba. España.
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Antonio Luque Sarasola. Entrevista realizada el día 26 de junio de 2010 en Córdoba. España.
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Petra Escamilla Ruiz. Entrevista realizada el día 18 de marzo de 2011 en Córdoba. España.
-
Francisco Escudero García. Entrevista realizada el día 27 de abril de 2010 en Córdoba. España.
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Antonio Zurita de Julián. Entrevista realizada el día 18 de enero de 2010 en Córdoba. España.
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José Yeste Díaz. Entrevista realizada el día 21 de junio de 2010 en Córdoba. España.
-
Julio González García. Entrevista realizada el día 23 de abril de 2010 en Córdoba. España.
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Rafaela A. P. Entrevista realizada el día 21 de marzo de 2011 en Córdoba. España.
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Francisco Toro Morales. Entrevista realizada el día 15 de febrero de 2011 en Córdoba. España.
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Francisco Mármol Montero. Entrevista realizada el día 28 de junio de 2010 en Córdoba. España.
Entrevistador: Pedro Pascual Lindes.
Depósito: Archivo Municipal de Córdoba. España.
Fuentes bibliográficas
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Bandera, Joaquín; Marinas, José Miguel. “Palabra de pastor. Historia Oral de la transhumancia.” Edit. Brevario de la calle del pez. León. 1996.
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Benadiba, Laura. “Historia Oral, relatos y memorias.” Edit. Maipue. Buenos Aires. 2007.
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Ibáñez, Jesús.
– “Más allá de la Sociología.” Edit. Siglo XXI. Madrid. 1985.
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Marinas, José Miguel.
– “La escucha en la Historia oral.” Edit. Síntesis. Madrid. 2007.
– “La razón biográfica.” Ética y política de la identidad. Edit. Bibioteca nueva. 2004. Madrid.
– Marinas, José Miguel. Santamarina, Cristina. “La Historia oral: métodos y experiencias.” Edit. Debate. Madrid. 1993.
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– “La república y la guerra civil en Córdoba.” Excmo Ayuntamiento de Córdoba. Delegación de cultura. Córdoba. 1982.
– “La guerra civil en Córdoba.” Edit. Alpuerto. Madrid. 1985.
– “Córdoba en la posguerra (la represión y la guerrilla, 1939-1950).” Francisco Baena, editor. Madrid. 1987.
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Valles, Miguel S. Técnicas cualitativas de investigación social. Reflexión metodológica y práctica profesional. Edit. Síntesis. Madrid 2003. Capítulo 7 (Técnicas de conversación, narración II. La metodología biográfica.) (pgs. 285-277).
Palabras clave: Memoria, vida, guerra civil, muerte, dolor, orfandad, exclusión, estigma, familia, educación, género, explotación, hambre, miseria y exilio.
Resumen: El artículo presenta un primer avance del trabajo que se está realizando sobre historias de vida de niños y niñas huérfanas de la guerra civil española, a los que les fueron asesinados (fusilados sin juicio) sus padres por el bando vencedor fascista y que, a diferencia de la diáspora de niños de la España vencida que salieron del país, permanecieron en su lugar de origen y fueron educados y oprimidos bajo los designios del Nacional Catolicismo. Estas historias de vida recorren una historia oral, que va desde la guerra civil española hasta nuestros días. El artículo pone en boca de estos niños y niñas, hoy hombres y mujeres de setenta y ochenta años de edad, la violencia sufrida, el ambiente de exclusión y humillación permanente ejercidos sobre ellos y sus familiares por parte de los vencedores, sobre todo en los años de guerra y posguerra. De cómo a base del esfuerzo, de su alto grado de resistencia y de saber cuidar bien abiertas sus heridas, pudieron afrontar el terror y el miedo a los que fueron sometidos, salir adelante y rehacer sus vidas.
* Este artículo fue publicado en agosto de 2014 por Editorial Maipue, de edición argentina (Buenos Aires), en “Otras memorias I. Testimonios para la transformación de la realidad- Laura Benadiba (coor.).Ahora en esta edición aparece revisado y aumentado por el autor.
Pedro Pascual Lindes es doctor por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la misma universidad. Cuenta con un posgrado en Teoría y praxis de investigación de mercados y es Master en Investigación Acción Participativa para el desarrollo local por la UCM. Entre sus trabajos de historia oral se encuentran: “Los pescadores del faro: historia oral de la pesca artesanal de la playa (Torrox. Málaga)” y “El cobre que unió vidas”, sobre historias de vida del barrio de la Electromecánicas de Córdoba.
2 No existen estadísticas al respecto, pero sólo en Córdoba capital el número de fusilados republicanos que constan en los muros de la memoria levantados en los dos cementerios de la capital suman un total de 2.193 personas. Si contamos con que en aquellos años se casaban las parejas a temprana edad y tenía como media tres hijos, el número de infantes huérfanos, sólo en Córdoba capital, podría perfectamente triplicar a las personas fusiladas.
3 José Miguel Marinas. La escucha en la historia oral. Síntesis. Madrid, 2007.
4 Jesus Ibáñez. A contracorriente: la historia como objeto de consumo. Fundamentos. Madrid, 1997, págs. 155-157.
5 De ahí el “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros” al que Fraser nos invita para tratar que no se repita.
6 Jesus Ibáñez, op, cit, 4.
7 Jesús Ibáñez. Más allá de la sociología. Siglo XXI. Madrid, 1985.
8 Luis Enrique Alonso. La mirada cualitativa en Sociología. Fundamentos. Madrid, 1998.
9 Daniel Bertaux. La perspectiva biográfica: validez metodológica y potencialidades. En José Miguel Marinas y Cristina Santamarina (eds.). La historia oral: métodos y experiencias. Debate. Madrid. 1993, págs. 149-171.
10 José Miguel Marinas, op, cit, 3.
11 Jesús Ibáñez. A contracorriente…, op. cit.
12 Jesús Ibáñez. Autopercepción intelectual de un proceso histórico. En sociología crítica de la cotidianidad urbana. Por una sociología desde los márgenes. Antropos, Madrid, 1990, Nº 113, pág.9.
Un artículo de Pedro Pascual Lindes