Teófora, hoy me quieres hablar despacio. El asunto lo merece y deseas que entienda lo que me digas. Y cómo me lo digas. Pero también dices que estaría mal, después de tanto tiempo juntos, que no nos entendiéramos.
Pues eso es lo que les ocurrió a los habitantes de la Península Ibérica hace 85 años -no sé qué nombre quieres darles para que no se ofendan en este inicio- cuando estalló una Guerra Civil que asolaría estas tierras: No se entendieron.
Una guerra de tres años, entendida por algunos como consecuencia de la II República (uno de los periodos históricos del imaginario colectivo andaluz) y respuesta militar y civil a un gobierno (legítimo) de una parte de la población, disconforme con el cariz que fueron tomando los acontecimientos desde 1931.
Pero otros, la solían interpretar como un intento de no poner fin a los problemas estructurales que acuciaban a la sociedad andaluza y española y que los sucesivos gobiernos “reformistas” republicanos se negaron o no pudieron abordar.
Quizás tampoco aquellos coetáneos entendieron en esos días del pasado -por las circunstancias que sucedieron a partir de la proclamación de la II República en 1931- a Blas Infante, cuya evolución ideológica, política y vital culminó, desgraciadamente, con su asesinato en 1936, crimen que invita tan solo a enmudecer o a lo contrario, a quedarse ronco por no callar, que es la forma de rezar de ateos o creyentes.
» Un viraje existencial para el político andaluz «. Y debe entenderse en el contexto de la primera posguerra europea, que osciló desde aquel Manifiesto de la Nacionalidad (Córdoba, 1919) o la afirmación de un “ideal federalista ibérico”- expresión más acabada de la afirmación nacionalista que se produciría en la Asamblea de Ronda (1918) y en la que se reivindicaba la Constitución de Antequera(1883)- hasta un “federalismo orgánico o unitarista de raíz krausista”, propio de los momentos más claramente regeneracionistas del pensamiento de Blas Infante.
Este giro lo realizará a partir del denominado “Complot de Tablada” y las circunstancias que rodearon las elecciones republicanas de 1931. La justificación la realizó en su obra “Fundamentos de Andalucía” (1930) a través de la crítica al “Principio de las Nacionalidades” del presidente estadounidense Wilson y que tantas afirmaciones nacionalistas había inspirado después de la Primera Guerra Mundial.
Estos pensamientos finales de Infante tuvieron su inicio en el libro El Ideal Andaluz (1915), en el que construye una “historia de Andalucía desde la época de esplendor de Al-Andalus hasta la decadencia manifestada en un estado de postración y en la que sin embargo pervivía el genio andaluz a través de los siglos”, y fueron un acicate para la acción en este momento regeneracionista, que nunca abandonaría.
En definitiva, estos pensamientos de Infante, desarrollados desde la segunda década del siglo XX, cuestionaban la configuración del Estado centralista de la primera Restauración borbónica y defendían “un sentimiento identitario” andaluz, suficientemente diferenciado como para abrir una vía política para la regeneración de la vida pública.
Todo ello en un contexto en el que no se aceptaba la existencia histórica de Andalucía como grupo étnico diferenciado, e incluso sus gentes aparecían estigmatizadas tanto dentro del Estado español como en Europa.
Y también en una coyuntura histórica en la que otras comunidades de la Península Ibérica planteaban reivindicaciones, apelando a que habían poseído instituciones políticas-jurídicas propias en el pasado, que les enfrentaban con el Estado-nación español.
Estos discursos y alternativas infantianos conectaban, pues, con las efervescencias de los regionalismos y nacionalismos en la España de las primeras décadas del siglo XX, y hunden sus raíces en un debate -inconcluso todavía en la España del siglo XXI- sobre la posibilidad de una alternativa no centralista real en el marco político español contemporáneo.
Además me dices, Teófora, que a los 85 años de la muerte de Blas Infante el fenómeno del Andalucismo sigue planteando las mismas complejidades e incógnitas que ya se observaron en la II República y aun antes.
Y también que la experiencia actual puede servir para comprobar que en ambas circunstancias históricas, las de 1919 (Trienio Bolchevique) y 1931 (II República), las comparecencias electorales de Blas Infante se efectuaron en candidaturas electorales de progreso.
Y ya entonces, como ahora, habría que deslindar las corrientes ideológicas regionalistas o culturalistas de las de una concepción federalista o confederalista del Estado; y, además, de las de un proyecto económico-social de índole progresista que, en aquellos momentos, se polarizaba en la Reforma agraria como piedra de toque o lugar de encuentro.
Pero me preguntas, Teófora: ¿quizás no trataba don Blas de recuperar una entidad vital, económica y cultural que el centralismo uniformista no había contemplado y había empobrecido o arrasado?
¿O tal vez esa identidad como andaluces, esa afirmación de nosotros mismos, la lograba Infante no yendo en contra sino a favor? ¿Se lograba renunciando a lo más diferente, o reduciéndolo a exaltar lo mejor común, sea lo que sea?
¿Negando trozos de Historia, Teófora, “bellos o no, se consigue la plenitud?”. Tú lo sabes: hemos atravesado momentos de desacuerdo, de heridas, de lecciones que nos sirven de recordatorio de aquello por lo que se luchó.
Porque Andalucía, ¿qué es?, ¿ha sido cola de león? ¿o quizás de lo que se trata es de algo más, de muchísimo más que de recuperar su propia Historia y nuestro propio “lenguaje” entre comillas, ese lenguaje de hechos reales y actuales, no solo aquel de “folklore amable” de anuncios de cerveza en televisión con “metodologías de vampirización”, vacías y frívolas.
¿Se necesita saber que Andalucía tiene más población que 14 de los 28 países de la Unión Europea y que nuestro modelo económico sigue rezagado, es ineficiente, divergente y desigual, desvertebrado, dependiente e insostenible, extravertido y extractivista, e insuficientemente capitalizado; con unos índices de pobreza superiores al 38% y que nuestra “identidad desbordada” ha sido “apropiada” para, paradójicamente, negar la existencia de nuestra propia cultura después de más de 85 años?
En fin, vuelves a la reflexión del comienzo: tan necio sería pretender que tú y yo pensáramos y hablásemos de la misma forma, aunque lo intentemos sin rubor, como (y eso también es lo que les está sucediendo a muchos habitantes de la Península Ibérica actualmente), después de tanto tiempo juntos, que no nos entendiéramos aunque “hablemos” cada uno a nuestra manera. ¿Estoy o no en lo cierto?, ¿es lo que me has querido decir?.
Un artículo de Juan Ruiz Valle. Profesor e Historiador.