Desde hace más de una década acostumbro a acompañar en sus salidas para conocer el legado material de nuestra historia, a uno de los mejores conocedores del patrimonio disperso que hay por la zona de la Sierra Norte de Sevilla. Su nombre es Juan José Toribio García , y en el año 2015 hicimos una visita a unos molinos antiguos y muy interesantes que jalonan un arroyo tributario del embalse de José Torán. A la vuelta de esa visita, que nos ocupó toda la mañana, nos detuvimos en el camino y me señaló de lejos un promontorio con unos cinco escalones labrados en la roca de la colina. Creo recordar que aquel día volvíamos con prisa y no nos detuvimos, pero dejamos pendiente la visita para otra ocasión.
Aquella foto que saqué con el teleobjetivo de mi cámara de aquellos lejanos escalones que miraban al cielo, se la mandé a mi habitual referente en temas arqueológicos, el profesor de la universidad de Córdoba Rafael Martínez Sánchez. La respuesta de Rafael me dejó intrigado, según él, aquello tenía toda la pinta de ser un altar de sacrificios de época prerromana, quizás celtibero. Le pregunté si había algún caso tan al sur y me dijo que no le sonaba.
El momento de la visita llegó unas semanas más tarde y el sitio me pareció excepcional. En la cresta de aquella elevación serrana se intuían unos cinco escalones labrados en la piedra natural del lugar. Además, había tres pequeñas terrazas que acompañaban a la orientación de estos escalones hasta el pico de la roca. Las tres terrazas labradas parecen conservar un surco para algún tipo de libación, o para el discurrir de algún tipo de líquido.
La importancia del lugar estaba clara, pero existe alrededor de este cerro un contexto arqueológico que Juan José me comentó y que dotan al lugar de un gran valor. Según él, en el entorno del altar aparecieron algunos exvotos prerromanos y cerámicas de tipología ibérica. En el año 1982 se encontró en las proximidades de todo este complejo, un tesoro turdetano que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional. A poca distancia, también apareció una estela menhir que fue recuperada gracias al interés y las gestiones del mismo Juan José, y que hoy se puede observar en la oficina de turismo de La Puebla de los Infantes. Este gran menhir con incisiones, es una pieza excepcional que no ha sido suficientemente estudiada desde el mundo de la investigación arqueológica.
El abrupto trabajo de cantería había moldeado aquel afloramiento de piedras con una orientación que me pareció peculiar. Desde la cima de este cerro, se abría una panorámica al horizonte muy curiosa. Según mi primera impresión, la piedra estaba orientada al Este con toda la huella simbólica que esto tiene en todas las culturas desde la prehistoria. Le comenté a Juan José que esa orientación no sería casual y acordamos hacer un seguimiento del amanecer en fechas claves, empezando por el solsticio de verano que ocurriría en los próximos meses. Así pues, en la madrugada del domingo 21 de junio de 2015 me levanté de madrugada y tras recoger a Juan José nos fuimos temprano para el altar. Allí colocamos la cámara en orientación este y esperamos a que el sol apareciera en el horizonte. Comenzaba así nuestra humilde incursión en la arqueoastronomía.
La espera mientras la luz va inundando el paisaje da al momento un valor especial. Cuando parece que el amanecer acontece, el paisaje entra en un letargo de luces y sombras, hasta que irrumpen los primeros rayos de sol en el horizonte. Como habíamos imaginado, el altar y todo el afloramiento de piedra mira de frente hacia la salida del sol en el solsticio de verano. La secuencia es magnífica y es complicado describir el momento con palabras. Por esta razón, he repetido la acción unas tres o cuatro veces con Juan José y varios amigos interesados en el lugar. Posteriormente repetimos la experiencia en los dos equinoccios ( otoño y primavera ) y también en el solsticio de invierno, pero en estos acontecimientos astrales el sol hace el recorrido inverso que lo hace ocultarse entre las pequeñas colinas que rodean el entorno.
El culto al sol invicto era una de las celebraciones más importantes de los romanos para festejar el solsticio. Posiblemente, esta costumbre venía heredada de la raíz indoeuropea que conectaba a los romanos con los pueblos celtas que se asentaron en la meseta y que dejaron caer sus influencias en la Beturia Céltica y la orilla norte del Baetis.
Los paralelos con el popularmente conocido en La Puebla de los Infantes como “ el sillón de moro “, los podemos encontrar esencialmente en la zona de la meseta. El altar de este tipo más conocido y monumental lo podemos encontrar en las ruinas del antiguo castro de Ulaca en la provincia de Ávila. Aunque hay algunos paralelos en Extremadura y uno muy curioso en las cercanías de las ruinas de Baelo Claudia en la provincia de Cádiz.
La victoria de la luz sobre la oscuridad, el día más largo del año, la llegada del verano y lo que ello significa para la naturaleza, el hombre y la vida, fueron festejadas por todas las culturas de la antigüedad. Las religiones posteriores han reutilizado algunos de estos acontecimientos solares para situar sus principales festividades e incluso orientar sus principales monumentos.
El mismo día que Stonenhenge se llena de neodruidas, personajes extravagantes, apasionados de la nueva era y curiosos en general. En las cercanías de La Puebla de los Infantes, entre el núcleo urbano y el embalse de José Torán podemos encontrar este lugar de culto antiguo, quizás el más antiguo de todos los que se conservan en el valle medio del Guadalquivir y la Sierra Norte de Sevilla.
Un artículo de Emilio J. Navarro Martínez