Buscando información y referencias en internet he encontrado muchas versiones sobre la figura de Juana I de Castilla, reina hija y heredera de los Reyes Católicos Isabel y Fernando, que llega a convertirse en reina contra todo pronóstico, pues la finalidad de Juana no era el trono —era la tercera en la sucesión—, pero por cosas del destino fue reina de Castilla hasta su fallecimiento en Tordesillas, incluso cuando su hijo Carlos, I y V de Alemania, ejerció el cargo.
Versiones hay tantas como investigadores. Si es cierto que cada investigador da la suya y cada cual «arrima la ascua a su sardina», casi todos parecen estar de acuerdo en mayor o menor grado en su locura, yo prefiero pensar que más que loca, fue una incomprendida y una mujer inconformista que no estuvo de acuerdo con la vida que le había tocado vivir y eso que casi todos llaman locura, para mí fue rebeldía. Juana, era una mujer culta, hermosa, sabía montar y luchar, Isabel su madre, se encargaba de que todos sus hijos fuesen entrenados para ello y estaba preparada para reinar, a pesar de que como ya he dicho antes, era la tercera en sucesión y era algo poco probable.
Otra cosa que me choca es que artistas y escritores se han cebado demasiado en resaltar su locura «por amor», por el que decían «díscolo y mujeriego» esposo Felipe el Hermoso. Decían de Juana que era celosa y que estaba enamorada ciegamente del flamenco, cosa que, aunque no deje de ser cierta, no creo que fuera la causa de la locura de Juana cuando Felipe murió.
La versión que desde mi desconocimiento me parece más lógica, es que Juana no quería reinar, pero su madre Isabel, insistía en que ella debía ser reina. Dicen que Juana era una mujer que apenas podía ver a sus hijos, porque vivían en Flandes y ella debía de estar en la península haciéndose cargo del trono sobre el que no había elegido sentarse. Y que sus actitudes excéntricas, en ocasiones eran la única manera que tenía de rebelarse. Pero conocía su posición y sus obligaciones, de hecho, gracias a ella, su hijo Carlos (I y V de Alemania) aseguró el trono. Por lo que conciencia de estado tenía.
Se cuentan que Enrique VII de Inglaterra «un viejo de cincuenta años, calvo y jadeante», al ver a Juana con 27 años quiso casarse con ella, pero que su padre Fernando el Católico no lo veía con buenos ojos y ella tampoco, por lo que Fernando usó la excusa de «la salud mental de su hija», para que este enlace no se diera.
En definitiva, la locura de la reina sirvió a muchos para llevar a término sus planes, y películas, cuadros, obras de teatro y diferentes estudios, han traído una figura bastante distorsionada de la «pobre Juana», que, si es cierto que algo de enfermedad mental tenía, no era tanto y que tal vez la loca, a veces real, otras fingidas, acabó tragándose a la mujer y que también mucha culpa del nacimiento de este mito lo tuvo la sociedad que le tocó vivir, los intereses por el poder, tanto de propios; como los de su padre. Como de extraños; nobleza, comuneros. Que quería su parcela de poder.
Juana tal vez no quiso reinar, pero quiero pensar que tampoco quiso dejar de ser ella misma. Y sí luchar por sus principios y prioridades. Si, para ello, debía de volverse loca, lo hizo, a pesar del dolor, el maltrato, el ostracismo en Tordesillas y la figura distorsionada que han querido transmitirnos de ella, desde que hay obras sobre esta reina de Castilla, para la que reinar no era la felicidad y luchó contra esa carga con uñas y dientes. Al final quedó abatida por las circunstancias, encerrada, apartada de todos y muerta prácticamente en la soledad y el ostracismo de la sociedad que le tocó vivir.
Un artículo de Rafael García León