1.
Hace unos días me llamó la atención que en la rueda de prensa de presentación de las Jornadas Portocarrero, organizada por el Ayuntamiento de Palma del Río y transmitida por Canal Palma del Río se afirmase que sobre la familia Cazalla no se había aportado nada nuevo desde hacía un siglo y que lo poco que se había hecho estaba mal, y que por tanto, era hora de ponerla en valor y comenzar a estudiarla. Esa atención se me despertó por dos motivos: porque en 2005 un profesor de reconocido prestigio, como integrante de un tribunal para un proyecto de beca (de las convocadas entonces por la Asociación Saxoférreo) que presenté para investigar a María de Cazalla y su familia, parece ser que alegó que tal cosa ya estaba investigada. Mi proyecto se desestimó y curiosamente, recayó en algunos de sus alumnos, quienes no obstante, hicieron un magnífico trabajo sobre los moriscos en Palma y que aún se puede adquirir contactando con la Asociación. Me alegro de que se haya cambiado de opinión, porque estoy muy seguro de que lo poco que se ha aportado, está lleno de lagunas y requiere mucho más trabajo. Así es la ciencia: revisión, refutación, generación de conocimiento, y vuelta a empezar. Pienso que también debería de estar regida por la generosidad, la honestidad y la ética, aunque no todos lo entiendan así. El objeto desde luego merece todo eso.
Sobre los Cazalla y la ausencia de novedad me gustaría recordar que he hecho cuatro intervenciones en tales jornadas y en tres he hablado de la familia Cazalla (la última, sobre la vinculación de la mismas con el puerto de Málaga y el pago de armadas, cuestión puesta de relieve por el profesor David Alonso García en sus magníficos trabajos sobre el fisco en época de los Reyes Católicos, trabajando el Archivo General de Simancas) y su importancia en tal ciudad (cosa puesta de relieve, por ejemplo, en algunos artículos de la investigadora Paula Alfonso Santorio, que ha trabajado el Archivo de los Condes de Mollina). Puedo entender que el comité organizador ignore tales comunicaciones porque recuerdo que apenas asistían y de hecho, en la última ni siquiera el director científico se las había leído. Decidí no volver.
En 2011, publiqué un libro dedicado a reflexionar sobre el pensamiento de María de Cazalla que se cita internacionalmente y en el que solté algunos de los datos desconocidos por los historiadores del Santo Oficio sobre los avatares de la familia. Mi objetivo era otro, pues mi campo no es la historia social, sino la historia de las ideas; a eso se une que tal trabajo siempre fue desinteresado y nunca conté con ninguna ayuda económica, por lo que mis investigaciones siempre fueron limitadas y precarias. Por esos años, organizábamos un Seminario de Investigación del que se hicieron cuatro ediciones y al que acudieron decenas de especialistas nacionales e internacionales sobre asuntos concernientes a la historia palmeña, cuyas intervenciones se insertaban en un contexto global. Mientras tanto, acudí a universidades como la Autónoma de Madrid, la de Sevilla, la Autónoma de Barcelona o la de Montpellier III invitado para hablar de María de Cazalla o de su hermano Juan, así como a otros foros de Andalucía (Córdoba, Sevilla, Granada, Jerez de la Frontera, Cazalla de la Sierra, etc.). En ese orden de investigaciones, publiqué, entre otros trabajos, un capítulo de libro en el volumen El Cardenal Portocarrero y su tiempo, coordinado por el antiguo director de las jornadas, José Manuel Bernardo de Ares, un artículo sobre Juan de Cazalla en la revista Cahiers d’études des cultures ibériques et latino-américaines de la Université Paul Válery de Montpellier y más recientemente, he participado en el volumen colectivo Reforma y disidencia religiosa, publicado por la editorial Casa de Velázquez. Mi relación con los Cazalla acabó ahí porque desde hace años mi trayectoria investigadora anda por otras sendas. Eso sí, las actividades que desarrolla nuestra Asociación siguen adelante y en los últimos años hemos publicado libros y realizado rutas guiadas gratuitas en Palma. A la última acudieron más de 100 personas.
Estoy totalmente seguro de los déficits investigadores de un servidor desde el punto de vista del campo historiográfico, puesto que en este no dejo de ser un intruso, algo molesto para los vigilantes de fronteras académicas, muy preocupados por defender sus cotos de caza. Por eso, me alegro muchísimo de que la información acerca de una familia a la que he dedicado muchas horas de estudio se corrija y se amplíe, como sin duda se hará. El problema no es ese.
2.
El sociólogo y pensador Pierre Bourdieu hizo aportaciones fundamentales para entender asuntos como el del homo academicus, en cuyo campo de actuación se reproducen las diferentes formas de dominación cultural y violencia simbólica que tan bien estudió. Este establecía que en los diferentes campos sociales, siempre dinámicos, se promueven jerarquías entre quienes detentan el poder y los que aspiran a conseguirlo. El resultado es que, mediante la institución de estructuras de pensamiento y disposiciones corporales inconscientes (que llamó habitus), los dominados acaban pensando con las categorías heredadas de los dominantes, en un proceso de luchas y estrategias por el capital simbólico necesario para el acceso a prebendas, cargos, o simplemente, lugares de prestigio y poder. La Universidad es un espacio idóneo para comprobarlo empíricamente. A diferencia del concepto gramsciano de “hegemonía”, Bourdieu apuntaba que tal operación se realizaba en el nivel de las creencias: se acaba asimilando que una potencia dominadora, como la institución universitaria, siempre será superior a la colonia rural en cuanto a la generación de conocimiento y reflexión sobre su pasado. Eso establece, también, una modalidad de capitalismo extractivo, al que estamos muy acostumbrados en nuestra tierra, bajo la forma del pillaje de recursos públicos. Ese habitus también puede explicar que una concejala de Cultura pudiera decir literalmente en aquella rueda de prensa que los dos comunicantes de las Jornadas de este año son dos “aficionados” historiadores, cuando por cualquier persona informada es sabida la dilatada trayectoria investigadora y divulgadora que ambos han forjado durante muchos años. Si eso es producto de un inconsciente cautivo se puede entender; si se cree sinceramente, es motivo de dimisión. Y es que el esquema colonial de dominación cultural se reproduce a la perfección en el micromundo de jornadas locales como las Portocarrero, donde tras catorce ediciones, año tras año los historiadores locales han tenido siempre un lugar totalmente distanciado y subordinado respecto a los especialistas foráneos, cuya presencia, no obstante, también considero muy importante desde el punto de vista de la generación de conocimiento. La distancia simbólica era brutal: a unos se les pagaban conferencias, comidas y noches de hotel, a otros se les invitaba a café con leche y pastas; claro, aquellos saben, y los “aficionados” locales solo pueden aspirar a un lugar subordinado; tanto, que no aparecen ni en el programa o se les coloca a las horas más intempestivas.
En fin, es una pena que unas Jornadas como estas, que siempre pensé muy interesantes para promover y exponer la historia local, desaprovechen de nuevo la oportunidad de hacer más partícipes de tal proyecto a quienes trabajan historia en la localidad. Pienso en historiadores/as de una gran labor de investigación y divulgación, que todos conocemos y cuya participación en los aspectos académicos y organizativos contribuirían a una mayor democratización cultural de una actividad que no deja de estar pagada con el dinero de todos: el problema es que en tales jornadas viajamos, de forma efectiva, al Antiguo Régimen. Rituales y protocolos cuasi-versallescos, encorbatamiento para la foto de los políticos o el tabú de abordar la historia contemporánea de la localidad, lo confirman, aunque tampoco tendría por qué ser un obstáculo para que alguna vez el pueblo de Palma algún día las sienta como suyas.
Álvaro Castro Sánchez
¡Bravo!