Rosa María García Naranjo.
Cada vez es más cara la cesta de la compra y cada vez comemos peor. Compramos comida que no sabemos ni de dónde viene mientras nuestros campos están tan especializados que producen para abastecer un mercado controlado por los grandes operadores. Y cada vez hay menos agricultores, expulsados de los campos por los altos costes y el escaso beneficio. De estas y muchas otras cosas habló Manuel González de Molina en Palma del Río esta semana invitado por Cambiemos Palma.
Ante todos estos retos, ¿puede ser la agroecología una alternativa a la crisis actual del mundo rural? Para el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Pablo de Olavide, la respuesta a esta pregunta sólo puede ser afirmativa. “Frente a la agricultura sin agricultor hacia la que caminamos y el suicidio ambiental que ello supone, la alternativa es la agroecología, el único lugar donde el pequeño y mediano agricultor pueden encontrar un refugio”, afirma, una posibilidad de supervivencia frente a esos grandes operadores que controlan los mercados y los grandes propietarios dueños de la tierra y adueñados del agua de regadío.
González de Molina explicó el sinsentido de que siendo España el segundo productor de ecológicos de la Unión Europea, tengamos que importar ecológico de otros países. Existe una demanda creciente en nuestro país pero la oferta va por un camino opuesto. Hay demanda y no hay oferta, según el catedrático, “debido al marco institucional impuesto por los grandes operadores y gobiernos que no se atreven a legislar en favor de la agroecología”.
¿Cómo sería atender la demanda interna a través de nuestros pequeños y medianos productores locales? Esos mismos a quienes los grandes operadores y sus lobbys han impuesto un marco institucional que limita la producción agroecológica, al considerarlos enemigos del status quo. De ahí que siga siendo pequeña su producción. Sólo el vino ecológico tiene éxito, sin embargo en lo relacionado con la alimentación del día a día la producción es muy baja. No hay oferta suficiente y lo ecológico es caro.
“La solución son los sistemas agroalimentarios locales”, afirma. La demanda de agroecológico es tan grande que, si se articulase logísticamente y se organizase, tanto nuestra alimentación como la situación del pequeño y mediano agricultor darían un enorme salto cualitativo: “no tiene ningún sentido que nuestro aceite se venda en Japón carísimo cuando el productor no recibe casi beneficio. Tampoco tiene sentido que consumamos 88 kilos de carne por habitante y año cuando nuestra dieta tradicional jamás fue así”.
El régimen agroalimentario corporativo domina la alimentación y los gobiernos sólo hacen algo cuando los pequeños agricultores presionan, dijo el profesor. “Miremos Francia, por ejemplo. En España, sin embargo, un lobby formado por las grandes sociedades agrarias hacen que este proceso neoliberal que se desarrolla a nivel mundial, sea aquí más intenso que para nuestros vecinos franceses”.
¿Qué papel ocupa lo público en la alternativa? ¿Qué papel ocupan los gobiernos? “Tendría que haber una mínima protección por ley para lo agroecológico. Cambios legislativos en lo sanitario o respecto a las semillas (para que se puedan rescatar semillas tradicionales), para que no todo tenga que comprarse a las grandes empresas. Tampoco hay una estructura de distribución, por ejemplo una línea de frío, puesto que los lobbys de la gran comercialización lo impiden”.
Lo cierto es que estamos ante un nuevo capítulo de la Historia de la Agricultura en el que vuelven a re-escribirse viejos renglones: expulsión de los pequeños agricultores, explotación campesina, mercados globales, concentración de las propiedades, apropiación de bienes comunes como el agua… Y la respuesta parece que sigue estando en las iniciativas colectivas y en las comunidades locales. Volvemos a transitar por los caminos cortados de la Historia, que decía Fontana.