“El amor, el trabajo y el conocimiento son las fuentes de nuestra vida. También deberían gobernarla”. Wilhelm Reich.
Hace unos buenos pocos de años, el historiador y Cronista de Palma del Río, Juan Antonio Egea Aranda, y yo misma, escribimos un artículo titulado “La epidemia de peste de 1676-1682 en Palma del Río. Análisis de la actuación del concejo ante una coyuntura desfavorable”, que sería publicado en el número 15 (1995) de la revista de investigación Ariadna. En él planteábamos el análisis de la actuación del concejo de la villa de Palma ante una coyuntura desfavorable representada por la epidemia de peste de 1676-82. Las fuentes utilizadas fueron las Actas Capitulares, que reflejaban las decisiones concretas del poder local. Estudiamos qué tipo de medidas se tomaron para salvaguardar la villa de la enfermedad, pudiendo establecerse que las actuaciones de los gobernantes locales fueron encaminadas al control y represión de la población, mientras que el aspecto higiénico-sanitario no preocupaba en absoluto. De todo ello, se derivaban una serie de consecuencias económicas, hacendísticas y sociales que contribuyeron a una situación de conflicto latente -que ya había estallado en 1652-. Observamos cómo la amenaza de la enfermedad se utilizó para, a través del miedo, aumentar el control sobre la población y los comportamientos «peligrosos» y afirmar el predominio de los poderosos.
Hoy, cuatro siglos después, encerrados en casa y aislados por la epidemia de coronavirus, con una sanidad pública que lleva siendo saqueada desde hace 15 años con la complicidad de los partidos políticos en el poder, con una población empobrecida, atemorizada ante la enfermedad, el desempleo, el futuro…, desinformada, atomizada y carente del encuentro con “el otro”, con “los otros”, en los espacios compartidos, este artículo tiene plena vigencia, por ello me decidí a publicar lo que sigue en Cazarreyes.
1. INTRODUCCION:
Durante la Época Moderna, situaciones límites como las plagas, sequías, hambres, guerras o epidemias, constituyen agresiones que afectan gravemente al funcionamiento del cuerpo social. La alta mortalidad es un índice de la pobreza de la población, de las difíciles condiciones de vida en que vive la mayoría de la gente y de la total ineficacia -cuando no inexistencia- de la asistencia médica, siendo la característica fundamental de las sociedades preindustriales «su extremada vulnerabilidad ante calamidades de todo tipo»1.
Triunfo de la muerte de Pieter Brueghel 1562. Museo del Prado
Para muchos historiadores, el siglo XVII es el siglo de las catástrofes. La mayor crisis, según Bennassar, se vivió en los últimos años del siglo (en Finlandia, la hambruna de 1696 se llevó a una cuarta parte de sus gentes; en Escocia, los años 1692 a 1699 son llamados «los siete años desgraciados»; en los Países Bajos y Norte de Francia se sufren, de 1693 a 1694 tremendas hambrunas)2. Para España concretamente, el final de la década de los 70 y principios de los 80 fueron años durísimos. «El fondo de la depresión castellana comienza a tocarse en 1677 y, durante un decenio, todos los males imaginables se abaten sobre Castilla»3. Las causas inmediatas estuvieron en una serie de malas cosechas causadas por las adversidades del tiempo, que coincidieron con pertinaces enfermedades contagiosas. Andalucía fue una de las regiones que sufrió más daño y «la crisis del Barroco, en cuanto a sucesión de desgracias, males, hambres y tristezas presenta un resumen extenso en Andalucía»4.
Las epidemias de peste fueron un elemento que contribuyó a la frecuencia e intensidad de la mortalidad catastrófica, en un mundo en el que el desenvolvimiento de la población se encontraba ligado a las fluctuaciones de las cosechas. Los años críticos, con la consiguiente falta de granos y alza de los precios desataban un «círculo infernal»: carestía, déficit alimenticio, hambre, epidemia y mortalidad de dimensiones extraordinarias.
La peste adquiere una virulencia particular en los siglos XIV y XVII. En la España de los Austrias, los años 1684-1685 constituyen una de las puntas de sobremortalidad más altas5, como consecuencia directa del último episodio de peste del XVII, que ocupa los años que van de 1676 a 1685, un decenio que presenció la muerte de hasta un cuarto de millón de españoles en un período que venía siendo de recuperación demográfica, cuando la población comenzaba a aumentar y se vivían signos esperanzadores de recuperación por primera vez desde la gran peste de 1596-16026. De las tres grandes pestes (1596, 1647, 1676) fue la más benigna, pero aún así sus efectos fueron catastróficos.
A mitad de Junio de 1676 la enfermedad se declara en Cartagena y las autoridades minimizan el contagio para salvaguardar el comercio. En Abril de 1677 Murcia sigue su ejemplo. Se dan brotes sucesivos y, en el verano de 1678, llega a Andalucía. Parece ser que el contagio no provino de la península, sino del norte de África y, en los años siguientes, llegó por oleadas de diversa consideración. Atacaba un año y luego se retiraba durante una temporada para surgir después con renovada fuerza7. En Córdoba, alcanzó a casi toda la mitad sur de la provincia en los años 1680-16828.
2.1. OBJETIVOS.
2.1.1. El miedo como componente esencial de la vida de una comunidad.
Una epidemia constituye una anormalidad, una agresión al colectivo social que genera complejos mecanismos de defensa. Estos tienen por finalidad evitar los posibles efectos catastróficos. El motor de las medidas, tanto individuales como colectivas, que tratan de oponerse a la agresión es, fundamentalmente, el temor, el miedo, un componente que puede descubrirse con facilidad ante la evidencia, o incluso el rumor, de una epidemia. Siempre que se produce la evidencia de un desastre o se extiende el rumor de la existencia del agente agresor se pueden detectar el miedo y la preocupación en el colectivo social. El miedo es, pues, un componente esencial en la vida de las sociedades, especialmente en la Época Moderna, en que frecuentemente se producen situaciones límite generadas por enfermedades, sequías, hambres o guerras. Consecuentemente, el miedo es un elemento inseparable de la peste, van indisolublemente unidos y la existencia de aquella suele ocultarse médica y políticamente, pues la sociedad española del XVII vivía bajo el continuo temor a su aparición9.
Existen una serie de acontecimientos productores del miedo y, a la vez, una serie de comportamientos provocados por él. El miedo a la peste es engendrado por el terror ante la evidencia de la muerte y de la catástrofe. Ese recelo suscita sentimientos como el pánico o la culpabilidad, tan característico este último de una sociedad providencialista; y comportamientos como la huida (recuérdese el refrán de la época, acerca de que la mejor respuesta ante la peste era huir pronto y lejos y volver tarde); y también podemos encontrar medidas materiales concretas que evidencian la preocupación de la colectividad y que responderían al interés individual y al interés social. Aquí es donde entraría el esfuerzo del cabildo, poniendo en marcha los mecanismos necesarios para relajar la tensión y paliar los efectos negativos de la epidemia. Y, asimismo, el temor de las gentes es, de alguna manera, fomentado y «administrado» por los gobernantes utilizándose esta amenaza, que a todas las gentes aterroriza, como excusa para una serie de actuaciones políticas dirigidas hacia un mayor control de la población10.
De lo que se trata en definitiva, en este trabajo, es de rastrear todo ello en una fuente determinada que creemos es fundamental.
2.1.2. Estudio de la gestión municipal ante el hecho concreto de la epidemia.
Se trataría del estudio de la praxis política de las personas que se encuentran al frente del gobierno local ante una situación de emergencia, como es la de una epidemia de peste, que está afectando a la comarca (si se toman medidas, cuáles son estas y si los gobernantes locales se comprometen en la resolución del problema):
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¿Cómo actúa el cabildo en cuanto al aprovisionamiento?
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¿Qué medidas higiénicas y profilácticas toma? ¿Qué medidas urbanísticas tienen lugar para salvaguardar a la villa de la peste?
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¿Qué hay de las iniciativas dirigidas a la represión de determinados grupos sociales y al control de la población?
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¿Cómo afectaban las decisiones de los gobernantes?
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¿Existían tensiones sociales derivadas del miedo al contagio y el mal aprovisionamiento subsiguiente? ¿Qué se hacía para paliarlas?
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¿Cuáles eran las consecuencias para la hacienda municipal?
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Creemos queestas preguntas pueden ser respondidas, en parte, a través de las Actas Capitulares.
2.2. Fuente: Las Actas Capitulares.
Las Actas Capitulares son la fuente primaria que nos proporciona información cualitativa acerca de las preocupaciones de la villa. En las reuniones periódicas del concejo uno de los tipos de asuntos que se trataban eran los derivados de diversas circunstancias que surgían en el seno de la comunidad. Aquí se incluirían una serie de asuntos «coyunturales», entre los que estarían la promulgación de normas en los momentos de contagio de alguna enfermedad. Constituye esta fuente un indicador claro del miedo y un reflejo de los comportamientos generados, ante una situación de peligro, por una comunidad determinada.
Igualmente, nos muestra si existe en los gobernantes locales la voluntad y la capacidad de toma de decisiones necesaria para que una coyuntura de este tipo no derivase en un drama para el común.
Se han consultado las Actas de Cabildo correspondientes a los años 1676, 1677, 1678, 1679, 1680, 1681 y 1682, que se encuentran agrupadas en el legajo 16 y custodiadas en el Archivo Municipal de Palma del Río.
3. CRONOLOGIA DEL BROTE EPIDEMICO11.
La epidemia aparece por primera vez en 1676 en la ciudad de Cartagena y a mitad de Junio sus autoridades dan cuenta de un número creciente de afectados, aunque las muertes fueron escasas y durante el invierno el brote desapareció12. En Palma comienza en Julio a tratarse el tema en el cabildo, pues llegan rumores de que se encuentran afectadas Murcia, Cartagena y Lorca, tomándose las primeras medidas profilácticas a lo largo de todo este mes13.
El 20 de Abril de 1677 llega a Murcia una carta del alcalde mayor de Cartagena -que había minimizado el contagio para salvaguardar el comercio y la actividad económica de la ciudad- informando de que la peste había vuelto y se había cobrado víctimas14. Un mes después ya ha llegado a Palma la noticia15.
En la primavera de 1678 el contagio prende hacia el norte y el reino de Valencia y en el verano hay otro brote, esta vez hacia Andalucía (parece ser que, aunque se trataba de la misma plaga, el contagio de Andalucía no provenía de la Península sino de Africa, transmitido por los marineros de una embarcación procedente de Orán)16. En Julio de este año Palma es ya consciente de este nuevo brote (se reciben noticias alarmantes de Orihuela y el Reino de Valencia), pero será en los meses de Octubre, Noviembre y Diciembre cuando, tras la noticia del contagio de Málaga, se tomen todo tipo de precauciones17 que continúan en el siguiente año, sumándose de Mayo a Julio de 1679 Marchena, Herrera y Ronda a la lista de ciudades afectadas por el morbo18.
CUADRO 1.
LUGARES QUE SE HALLAN AFECTADOS POR LA PESTE SEGUN NOTICIAS QUE LLEGAN AL CONCEJO DE PALMA (Fuente: Actas Capitulares).
AÑO |
LUGARES AFECTADOS |
CABILDO |
1676 |
Murcia Cartagena Lorca |
3 Julio |
1677 |
Cartagena |
21 Mayo |
1678 |
Orihuela Reino de Valencia |
2 Julio |
Málaga |
10 Octubre 6 Diciembre |
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Puente de Don gonzalo |
6 Diciembre |
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1679 |
Marchena |
28 Mayo |
Herrera |
3 Julio |
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Ronda |
29 julio |
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1680 |
Málaga |
2 Abril |
Cabra Morón Puente de Don Gonzalo El Arahal |
25 Mayo |
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Marchena Cabra Lucena Morón La Campana |
29 Mayo |
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1681 |
Cádiz Puerto de Santa María |
25 Enero |
Sanlúcar |
28 julio |
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Osuna |
8 Agosto |
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La Guijarrosa La Rambla |
9 Diciembre |
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1682 |
Montilla La Rambla Espejo Córdoba |
30 Marzo |
Córdoba |
16 Mayo |
En los años 1680, 1681 y 1682 la enfermedad se adueña de muchas poblaciones menores. En la primavera de 1680 llegan rumores acerca de brotes en Cabra, Morón, Puente de Don Gonzalo, El Arahal, Marchena, Lucena y La Campana, lo cual era indicio claro de que la peste se extendía más allá del foco malagueño19. En Enero de 1681 ya se ha adueñado de la mayor parte de Andalucía, encontrándose afectadas las ciudades de Cádiz y el Puerto de Santa María, a las que se sumarán más tarde Osuna, La Guijarrosa y La Rambla20. Después del invierno de 1681 parecía que la peste se había esfumado, pero en Marzo de 1682 se reciben nuevas de Montilla, La Rambla, Espejo y Córdoba, aunque sólo se sabe que han muerto algunas personas y se ignora si las víctimas han sido causadas por la peste o por alguna otra enfermedad21.
Aunque desde 1680 la peste rondaba los pueblos y ciudades de Córdoba, la capital de la provincia no se verá afectada hasta 1682. A fines de Marzo se dan los primeros casos y en Mayo se cierra el comercio con el exterior22. Esta medida de Córdoba verifica definitivamente a los capitulares palmeños que la ciudad se encuentra afectada por la peste23. El 25 de Julio se publica la salud de Córdoba24 sin que la tan temida epidemia llegue a causar víctimas en Palma.
4. DETECCION DE TRES MOMENTOS CLAVES EN LA DOCUMENTACION (ver Cuadro II).
A lo largo de las Actas Capitulares de los años 1676 a 1682 hemos constatado tres momentos claves. El primero se corresponde con la llegada a Palma del rumor o de la evidencia de que se ha declarado la peste en lugares próximos a la villa. Se comienza a hablar en el cabildo del «mal de contagio» o «achaque de contagio» que está asolando la región (nunca se refieren a la «peste» o a «contagio pestilencial»). La comunidad constata, a partir de la observación de su entorno, que algo anormal sucede. Primero las noticias son vagas e imprecisas, pero luego, tras las indagaciones de los capitulares, comienzan a tener visos de certeza. El miedo que esa certeza conlleva determina respuestas concretas a una situación de temor colectivo.
CUADRO 2.
CRONOLOGIA DE LAS MEDIDAS CONTRA LA PESTE TOMADAS POR EL CONCEJO (Fuente: Actas Capitulares).
AÑO |
INICIO MEDIDAS |
MEDIDAS TOMADAS |
VUELTA A LA NORMALIDAD |
1676 |
3 Julio |
-Cercamientos -Control de forasteros -Cesiones de espacios públicos para cercarlos -Suspensión de la feria |
De fin de Julio a noviembre |
1676 |
28 Noviembre |
-Cierre de portillos |
Diciembre |
1677 |
21 Mayo |
-Cercamientos |
De Julio a Enero de 1678 |
1678 |
6 Enero |
-Cierre de portillos -Cercamientos -Testimonios de salud -Venta de propios -Guardas en las puertas -Multas -Cédulas de control |
Este año no remiten los rumores de peste |
1679 |
2 Enero |
-Nombramiento diputados del contagio -Cercamientos -Cierre de portillos -Multas -Encierro de sospechosos y cuarentenas |
Desde Julio a Octubre. En Diciembre se abren algunas puertas |
1680 |
2 Abril |
-Cercamientos -Cierre de portillos -Guardas en las puertas -Prohibiciones de realizar intercambios -Testimonios -Nombramientos de diputados del contagio |
De Agosto a Enero de 1681 |
1681 |
25 Enero |
-Cercamientos -Nombramiento de diputados del contagio -Restricciones a los intercambios -Multas -Cédulas de control -Encierro de sospechosos y cuarentenas -Dinero para el cordón sanitario en torno al Puerto de Santa María |
De Diciembre a Marzo de 1682 |
1682 |
28 Marzo |
-Cercamientos -Prohibición de comercio con Córdoba -Dinero para el cordón sanitario en torno a Montilla |
En verano de este año |
El segundo momento se corresponde con la decisión, tomada en el cabildo por los gobernantes locales, de actuar en prevención de la catástrofe. Los mecanismos reguladores comienzan a actuar hasta que, finalmente, en un tercer momento, se han diluido las condiciones desfavorables, empiezan a llegar noticias de la salud de otras villas (o simplemente no vuelven a llegar noticias alarmantes) y la comunidad va relajándose. Desaparece entonces el stress social y comienza la vuelta a la normalidad, adquiriendo la ciudad el aspecto que tenía antes de producirse el rumor de la catástrofe. Los mecanismos correctores han dado su fruto (o, simplemente, la villa ha tenido la suerte de escapar al contagio) y se abre la ciudad nuevamente.
En el Cuadro II se observan, a lo largo de los años que van de 1676 a 1682, diversas situaciones de anormalidad en el colectivo social que suscitan, como respuesta, una serie de medidas excepcionales por parte del concejo de la villa. También observamos cómo existen temporadas en las que la situación parece estar completamente relajada y no hay ninguna alusión al contagio. Estos momentos de relajación varían en su extensión y dependen directamente de si llegaban o no noticias alarmantes de otras ciudades y villas.
En el año 1676 llega la noticia de que se ha declarado la peste en Cartagena con el intervalo de un mes desde que las autoridades de aquélla dan cuenta del brote epidémico. Durante todo el mes de Julio el concejo toma medidas sucesivas para prevenir el contagio. De fin de Julio a Noviembre la situación se relaja y se abre la ciudad nuevamente. Será en Noviembre cuando, tras la llegada de nuevos rumores, se cerque otra vez la villa.
Desde Diciembre de 1676 hasta Mayo de 1677 continúa la tranquilidad. En Abril de 1677 vuelve la peste a Cartagena y de Mayo a Julio Palma restablece las medidas profilácticas. De fines de Julio hasta Enero de 1678 no vuelven a haber referencias al contagio.
En el verano de 1678 el brote de peste prende en Andalucía. El que se vea afectada la región andaluza será la causa de que este año y los sucesivos se tomen mayor número de medidas que los anteriores. Hasta este año la epidemia se encontraba relativamente lejos, pero ahora se va acercando progresivamente a la provincia de Córdoba y ello hace que la inseguridad de la villa aumente. Así, el stress social ocupa todo el año de 1678. No se relaja la vigilancia ni existirá tranquilidad en la villa a partir del mes de julio, en que se obtiene la nueva de que el contagio ha prendido en el reino de Valencia y, sobre todo, desde que en octubre se sabe con certeza que Málaga también se encuentra afectada. Ininterrumpidamente, hasta Diciembre de 1679, se toman decisiones acerca de cercamientos, cierre de puertas, testimonios de salud, cuarentenas, etc., pues la peste va acercándose a Palma, como lo pone de manifiesto el que se vea aquejada del morbo la ciudad de Marchena, con la que se mantenían frecuentes intercambios.
Desde diciembre de 1679 hasta Abril de 1680 no vuelve a hablarse del mal. La ausencia de malas noticias permitió que se volviese a una cierta normalidad e incluso se abrieron algunas puertas de la ciudad al comercio.
En los meses de abril, Mayo, Junio, Julio y Agosto de 1680 el número de lugares afectados se dispara. El mal hace mella en muchas pequeñas poblaciones andaluzas, algunas de la provincia de Córdoba, como Cabra o Lucena. Conforme llegan noticias a Palma su cabildo toma decisiones inmediatas, pues ya está claro que la peste se ha adueñado de gran parte de la región andaluza y continúa extendiéndose a partir del foco malagueño originario.
De Agosto de 1680 a Enero de 1681 no se toca el tema en el cabildo. En Enero sólo se alude de pasada a la necesidad de continuar con el cercamiento de la villa. De nuevo, será el verano el que traiga más noticias alarmantes y, de nuevo, el terror al contagio. Las acciones preventivas se prolongan de Julio a Diciembre de 1681. A partir del invierno de este año parece que la peste se ha esfumado, pero en Marzo de 1682 se constata el aviso de que se están produciendo numerosas muertes en la provincia. En Mayo la villa decide guardarse de Córdoba y contribuir al cordón sanitario en torno a Montilla. Es el 16 de Mayo cuando Palma obtiene la verificación de que en Córdoba está muriendo gente de la enfermedad.
La salud de Córdoba se publica el día 25 de Julio de 1682. En los meses sucesivos el stress social desaparece y se vuelve a la normalidad, esta vez de forma definitiva, sin que en Palma la enfermedad haya dejado huella (en lo que a víctimas se refiere, porque a pesar de que la peste no ha llegado a penetrar en la ciudad, las consecuencias de que se declarase la enfermedad en otros lugares sí se hicieron sentir, como veremos posteriormente).
Lo primero que se advierte al observar el Cuadro II es una situación muy inestable. La llegada de noticias de la enfermedad se sigue de la respuesta inmediata del cabildo y a ésta siguen uno o varios meses de tranquilidad y falta de noticias, lo que indica que la peste se retiraba momentáneamente para volver más tarde con renovada fuerza. Sobre todo cunde la alarma en los meses más templados, de primavera a comienzos del otoño. Esto ha sido insistentemente observado por todos aquellos que han estudiado este tipo de epidemia (y lo que hemos detectado en la documentación lo confirma). Se cree que es debido al ciclo vital de las pulgas, transmisoras de la peste (la rata negra se encuentra parasitada por varios tipos de pulgas, entre ellas la Xenopsylla Cheopis, en cuyo tubo digestivo se aloja la Yersinia Pestis), ya que este parásito vive sólo en condiciones específicas de temperatura y humedad25.
Sin embargo, a esta explicación hay que añadir que en los años de malas cosechas los meses de Mayo a Julio eran un período particularmente duro de sobrellevar para las comunidades26. Una alimentación deficiente tiene como consecuencia inmediata la reducción del poder biológico de defensa del organismo, que no puede luchar contra la enfermedad. Las malas cosechas de 1682-83 contribuyeron a encender el contagio de peste en estos años27. En Córdoba se habla en los libros de bautismos del año 1677 como «el año del hambre»28. Aquí el trigo llegó a valer en 1684, debido a las pésimas cosechas de los años anteriores, 110 reales la fanega29. En Palma, en los años 1680, 1681 y 1682, encontramos continuas referencias a la escasez de trigo. No se halla siquiera trigo que comprar para amasar pan30. Constantemente se panadea trigo del pósito para repartirlo a los pobres en la plaza31. Tanto en 1680 como en 1681 el corregidor ha de registrar las casas de vecinos pudeintes y embargar el trigo encontrado para repartirlo, tanto a los pobres como a los agricultores para la nueva sementera32.A todo ello habría que sumar unas condiciones higi énico-sanitarias pésimas, pues ni la limpieza de las calles ni contar con un médico son prioridades del gasto municipal33. Así que ya tenemos el panorama ideal para que una epidemia de peste haga su aparición y se desarrolle.
5. LA ACTUACION DE LOS GOBERNANTES LOCALES.
Los investigadores de la ciencia y la medicina del siglo XVII se suelen referir al «carácter reccionario» de la medicina del Barroco y al «hermetismo» de la ciencia del XVII a partir de la muerte de Felipe II, ejemplificado ese período en el magisterio de Luis Mercado, instalado en el tradicionalismo galénico acorde con el pensamiento de la España de la Contrarreforma. Se señala repetidamente que la opinión de Mercado, seguida íntegramente por los que se hallaban al frente de la salud pública, era que no se debía «escatimar el rigor para castigar a los que quebrantasen el orden y las leyes en tiempos de peste, ni dinero para proveer lo necesario para atajar el mal, ni fuego para quemar ropas y casas»34. Y esta es la política que se sigue, una política eminentemente represiva y de aislamiento, aunque este tipo de soluciones no hacen sino enmascarar la impotencia ante la enfermedad así como la existencia de enormes desigualdades sociales. Porque, no nos engañemos, la enfermedad sí conoce de clases sociales y no ataca con igual virulencia a las masas de pobres jornaleros hambrientos que a aquellos que, bien alimentados, se resguardan en sus villas y mansiones campestres del contagio (como hicieron los señores de la villa durante el contagio de 1648, por ejemplo).
5.1. Medidas de aislamiento de la villa.
La primera medida que se toma es la de proteger la ciudad. Las autoridades locales dictan normas de prevención ya que se consideraba que la fórmula más efectiva contra la peste era el aislamiento, un cordón sanitario infranqueable que rodease la villa e impidiese el libre acceso a ella. La simple suposición de la existencia de esta enfermedad era suficiente para aislar las villas y ciudades de todos aquellos lugares sospechosos de padecer el contagio. Mediante las medidas de control se pretende evitar todo contacto con el exterior. Todo ha de ser estrictamente registrado, pues de lo que se trata es de evitar la circulación no controlada de personas y mercancías. Las cercas diferencian «lo de fuera» de «lo de dentro» convirtiéndose en un elemento de control ante la inseguridad.
La actitud es, pues, eminentemente defensiva y la defensa óptima se cree que es levantar barreras físicas con el fin de controlar las entradas y salidas de la villa. A lo largo de los años que van de 1676 a 1682 encontramos continuamente disposiciones acerca del cercamiento del pueblo y del cierre de las calles que conducen al exterior35. Para cerrar las bocacalles se fabrican puertas de madera y, cuando no se reciben noticias alarmantes, se retiran y se guardan en las cocheras del conde para que no se deterioren y se puedan utilizar siempre que sea necesario36. Se constituyen las «diputaciones de peste», en las que se turnan los regidores, siguiendo el ejemplo de las ciudades europeas, sobre todo las italianas (donde se constituían las Juntas Sanitarias37) y todo aquel que pretenda entrar en la villa deberá portar testimonio de salud que será revisado por los diputados y un escribano38.
La puerta de la calle Ancha era la sometida a mayor vigilancia, pues era la que solían usar los forasteros y es aquí donde se han de presentar los testimonios de salud y donde se paga arancel39. La puerta del Puente y la de la Barca eran las utilizadas por los habitantes de la villa para salir a trabajar o a comerciar. Se cerraban a la oración y se abrían a la salida del sol por un diputado, encargado de guardar la llave40.
Los diputados y el escribano no deben faltar a sus obligaciones bajo pena de graves multas41 y, a su vez, se les da jurisdicción para castigar a aquellos que incumplan los autos de buen gobierno42. Se encontraban asistidos en su misión por guardas a caballo43. Solamente se admiten en el pueblo a los vecinos de villas no contagiadas por la peste y si el concejo sospecha que sus lugares de procedencia están infectados del mal, suele enviar al médico o a un diputado para informarse44. Excepcionalmente, las puertas deben ser abiertas para la recogida de la cosecha45.
Los fondos para llevar a cabo el cercamiento de la villa se sacan de repartimientos entre los vecinos. Por supuesto, la contribución tampoco era igualitaria, nobles y eclesiásticos se libraban, aunque a veces se especifica que no se ha de escapar de ello persona alguna, y se pide a los eclesiásticos en concreto que también participen46; otras veces los repartimientos sólo se hacen entre los vecinos de las calles donde se encuentran los portillos que salen al campo47. Y aquí hay que hablar de un recurso utilizado con mucha frecuencia: la venta de bienes de propios. En el caso de Palma existe un acuerdo municipal para proceder, en caso necesario, a la venta de La Palmosa, un bien comunal al que no se alude como tal en las actas en la época que nos ocupa, sino como “bien de propios”. Con ello, el común de vecinos ya no tendría poder de decisión sobre estas tierras sino que serían los gobernantes locales los que podían decidir al respecto48.
5.2. Medidas de control de las personas y mercancías.
El cierre físico de la villa no tiene sentido si se permite el libre paso de personas y mercancías. Por el contrario, el aislamiento exige que todo aquel que entre y salga sea estrictamente registrado. Se niega la entrada a la villa a los forasteros49 y, sobre todo, se tiene mucho cuidado en no dejar entrar a arrieros ni comerciantes ambulantes50, una de las medidas más drásticas que se toman es la de suspender la feria51. Todo aquel que no sea vecino de Palma y pretenda acceder al pueblo deberá traer testimonio de no proceder de un lugar infectado52.
Para que el control de las entradas y salidas sea efectivo se ponen guardas a caballo para rondar el exterior de la villa y para guardar las huertas53. Los diputados del contagio y el escribano, responsables de las puertas, proporcionan una cédula firmada, válida para dos días, a todo aquel vecino que salga, con la finalidad de que se sepa el día que sale y vuelve y todo aquel que vaya a trabajar en el exterior ha de mostrar su cédula a los guardas54. A aquellos que incumplan las órdenes dadas por el concejo, respecto a la guarda de la villa, se les imponen graves multas y su importe se emplea en los cercamientos55. La sola sospecha de haberse aproximado a lugares contagiados basta para poner a las personas en cuarentena o para expulsarlas de la villa sin la menor dilación56.
El control que pretende ejercerse en la villa ante esta coyuntura desfavorable puede dar lugar a enfrentamientos entre los mismos capitulares y pone en evidencia el grado de intervención del poder central en la vida pública57.
La actuación de los mismos capitulares, al frente de sus deberes, nos da idea de su grado de preocupación por el común de vecinos. En este aspecto encontramos un frecuente abandono de sus obligaciones. Existen quejas de todo tipo respecto al cumplimiento de sus cometidos: no se guardan las puertas como se debiera y existen «favoritismos»58; emplean demasiado dinero en comer y beber, cuando acuden a sus obligaciones en las puertas, con gran gasto para el concejo y llevan «dulces y otras cosas», lo que ocasiona «desórdenes»59; hay capitulares y guardas que no asisten a sus deberes de forma reiterada60 y suelen abrirse las puertas a deshora61. El incumplimiento de sus obligaciones era tan notorio que fue necesaria la imposición de multas62, así como acudir a los vecinos para que ayudasen en las puertas pues, frecuentemente, los capitulares se excusan de su deber alegando encontrarse enfermos63.
5.3. Medidas higiénico-sanitarias.
Sería de esperar que, ante un factor coyuntural tan desfavorable como el representado por la amenaza de una enfermedad contagiosa, los gobernantes locales prestasen una atención preferente al desarrollo de una política higiénico-sanitaria adecuada. Sin embargo, la sensación que tenemos es la de que la sanidad y la higiene no preocupaban en absoluto y de que son temas marginales, con escasa atención en la política municipal. La respuesta al problema de la amenaza de la peste se busca en el aislamiento y las únicas medidas que se toman son las destinadas a evitar el contacto con el exterior y a mantener un control, lo más riguroso posible, del acceso de gentes y mercancías a la población. Por el contrario, las medidas higiénicas y sanitarias brillan por su ausencia. No existe una sola referencia a la acción médica del Hospital de San Sebastián (del que era copatrono el cabildo) o a un posible acondicionamiento de este en prevención del contagio.
Las razones que aducen los capitulares es que la villa no posee el suficiente dinero para pagar la limpieza de las calles ni a un médico64. Incluso están a punto de prescindir de los servicios del médico por intentar rebajar su sueldo anual (¿le suena de algo al lector?)65. La solución que se busca para hacer frente a todas estas necesidades es la venta de propios, concretamente de la dehesa de La Palmosa, cuya enajenación se acuerda, como dijimos, para pagar el cercamiento de la villa y al médico66. Sería interesante indagar quién estaba dispuesto a comprar unas tierras que, desde tiempo inmemorial y como bienes comunales que eran, habían servido para que los palmeños pudiesen luchar contra el hambre.
5.4. Medidas para el abastecimiento de la villa.
Nos encontramos en una época de malas cosechas sucesivas, sobre todo en los años 1680, 1681 y 1682. En momentos como estos se dificulta el abastecimiento y se encarecen los alimentos básicos. A ello hay que sumar el hecho de que los mercados son reducidos y mal provistos y los mecanismos económicos mediocres. Predomina un régimen alimenticio insuficiente y frágil para la mayor parte de la población, con el grano como alimento casi exclusivo. A ello se unen, como ya apuntamos, unas condiciones higiénico-sanitarias pésimas y la penuria económica de la villa67. Ante este panorama, el concejo ha de recurrir al pósito, con la finalidad de aliviar en lo posible la situación del común de vecinos y evitar las tensiones sociales que se derivarían de la crisis de subsistencia. Se panadea trigo del pósito para hacer frente al gasto del común68, especificándose a veces que los vecinos han de devolverlo «por Santiago» y que no se dé a quienes deban aún al pósito69. Los labradores también recurren a las peticiones de trigo ante lo escaso de sus cosechas y, en alguna ocasión, reciben dinero en préstamo para comprarlo70. Estos préstamos de trigo y de dinero a determinados labradores y vecinos hacen del pósito un efectivo instrumento de crédito rural, pero ¿a quiénes favorecen sus administradores? ¿se trataría de un instrumento de crédito agrícola en manos de los poderosos?
Un factor a tener en cuenta es el representado por los pobres que constituyen una parte importante de la población de cualquier ciudad o villa de la época y a los que se distribuye pan en circunstancias de gran escasez71. El papel del pósito es fundamental en este aspecto: cuando el abasto público era insuficiente se repartía pan a los pobres como medio de evitar las convulsiones sociales derivadas de toda crisis de subsistencias72.
Por último hay que apuntar un dato importantísimo: la falta de trigo era también una situación deliberadamente provocada. Cuando el corregidor, en dos años sucesivos, se decide a registrar las casas de ciertos vecinos requisa el trigo suficiente para abastecer a la villa hasta la recogida de la siguiente cosecha73.
6. CONSECUENCIAS PROVOCADAS POR LA AMENAZA DE LA EPIDEMIA.
6.1. Consecuencias económicas y hacendísticas.
De la medida de cercar la villa se derivaban consecuencias fatales para la economía de los pueblos. Una de las determinaciones más drásticas que toma el concejo es la suspensión de la feria en el año 1676. Se escribe a los comerciantes para que no acudan por considerarse imposible el control de las personas y mercancías que habrían de acudir a ella74. Nos da idea de la gravedad de esta medida el hecho de que la feria fuese una actividad económica esencial, ya que se trataba de casi la única forma de intercambio posible en el ámbito rural. Por ello es lógico pensar que la actividad económica de la villa se resentiría considerablemente.
En los años en que la epidemia se extiende por el reino de Córdoba se decide cerrar Palma a todo tipo de intercambios con lugares del entorno, sobre todo, se teme al comercio de ropa de cualquier género, ante la duda de que procedan de lugares infectados75. El comercio con Córdoba se cierra, igualmente, en 168276. Vemos así como el desarrollo normal de la vida ciudadana se paraliza. La villa queda casi completamente aislada durante grandes períodos de tiempo, con el consiguiente cese del tráfico comercial.
Las consecuencias hacendísticas de esta coyuntura desfavorable también son importantes. Palma se encuentra entre la espada y la pared: ha de hacer frente al pago de los agobiantes impuestos de la Corona, pero también ha de hacer frente a los sucesivos gastos de cercamiento de la villa y al empeoramiento progresivo de la situación de la hacienda local. Los capítulos municipales siempre se refieren a la miseria creciente del vecindario, lo que es aprovechado para solicitar una reducción de impuestos77.
Bien poco quedaba de las tierras comunales y de los bienes de propios y a esto hay que sumar el fortísimo endeudamiento: en 1679 la villa tenía una deuda con la Real Hacienda de 38.702 reales y ha de hacer frente a una audiencia78.
La situación no era, pues, nada halagüeña. No faltan, sin embargo, los episodios de fraude y contrabando, de resistencia a la norma de quienes sufrían las verdaderas consecuencias de la pandemia: encontramos referencias a que los vecinos procuran la entrada ilegal de productos como el vino, de intentos de defraudar a la Real Hacienda79; también respecto a que burlan la vigilancia saltando las tapias80.
6.2. Consecuencias sociales.
Se perturba la convivencia normal de todo un grupo humano, conmocionado ante la continua amenaza de la peste. Esto, unido a la presión fiscal y a las dificultades provocadas por las malas cosechas y la falta de trigo podía ser fuente de una gran tensión social, que se trataba de paliar con la acción de instituciones como el pósito (ya hemos visto como los repartos de pan a los pobres y a los vecinos son continuos).
Por otro lado, asistimos a una clara discriminación social favorecida por la autoridad municipal. Discriminación hacia los pobres, pues «la epidemia es un factor importante en la toma de conciencia acerca del peligro que presenta para el interés común la aglomeración de pobres»81; discriminación hacia lo que Pierre Goubert denomina «el mundo de los errantes», del que forman parte los mendigos, los trabajadores por temporadas o los trabajadores itinerantes (buhoneros, comerciantes, comediantes, etc.); hacia el “forastero”, el extranjero (el “inicuo portugués”, por ejemplo), hacia el gitano o hacia las “mujeres desviadas”. Todos ellos considerados grupos de riesgo, tanto en la transmisión de enfermedades, como por ser fuente de inestabilidad social. La respuesta del cabildo ante estos grupos de riesgo será la represión, el control y el aislamiento.
7. CONCLUSIONES.
Palma no se vio afectada directamente por la peste de 1676-1682, pero su receptividad a la enfermedad era óptima: malas cosechas y falta de alimentos básicos, condiciones higiénico-sanitarias pésimas, penuria económica, etc., todos ellos elementos favorecedores del contagio, pues lo que está claro es que las enfermedades no se desarrollan en el vacío y los factores socio-económicos son fundamentales en su incidencia.
En definitiva, lo que encontramos en Palma a fines del XVII es un cúmulo de desequilibrios insostenibles y una situación de conflicto latente que ya había estallado años antes, con el motín de 1652. El único modo de resistencia de los vecinos ante la pésima situación económica y la agobiante presión hacendística eran el contrabando, el fraude a la Real Hacienda y los «desórdenes» a que aluden las actas. La respuesta de los gobernantes no fue más que la represión y el control de las gentes. A pesar de que la peste no afligió a la villa, detectamos en el concejo un gran esfuerzo destinado a luchar contra el morbo. Pero destaca el hecho de que la mayor parte de se afanes se dirigen hacia el aislamiento del pueblo y el control de personas y mercancías. Las medidas represivas y de control (vigilancia, cédulas, testimonios de salud, registros, cuarentenas, encarcelamiento de sospechosos, etc.) son las que más abundan. Por el contrario, las medidas higiénicas y sanitarias casi no preocupan a los integrantes del cabildo. Tan sólo se alude a ellas para decir que no pueden llevarse a cabo por la falta dinero y para justificar la venta de las escasas tierras de propios que aún se poseen. Sí se procura el abastecimiento a través del pósito (los repartos de trigo a los vecinos y a los pobres se propician, no sólo para resolver las necesidades de la hambrienta población, sino para impedir los motines y la alteración de la paz social), pero parece que la especulación contribuye más al desabastecimiento que la escasez (cuando se requisa trigo se encuentra el suficiente para cubrir las necesidades de los vecinos).
Por otro lado, la actuación de los capitulares deja bastante que desear: continuamente escapan a sus obligaciones, ocasionando con su actitud negligente numerosos «desórdenes».
La amenaza de peste contribuyó a empeorar una situación económica ya bastante degradada: se resienten los intercambios; la presión fiscal se hace más agobiante; se terminan de esquilmar las tierras de propios y la deuda con la Real Hacienda se hace insostenible. Pero también la amenaza de peste es excusa para la discriminación de determinados grupos sociales, para las peticiones de rebajas de impuestos o para la venta de los propios. Y todo ello sin ni siquiera sufrir la enfermedad.
Las medidas que se toman no hacen sino enmascarar la impotencia ante una coyuntura desfavorable. La conclusión final que se nos ocurre es que existe, por un lado, la peste-enfermedad pero, por otro, la peste-administrada por los hombres para desarrollar determinadas actuaciones políticas y sociales: las medidas de aislamiento y represión no responden al amoroso paternalismo de los gobernantes, si así fuese no se explicaría por qué, por ejemplo, la política higiénico-sanitaria es inexistente. El caso es que se achacan a la peste todos los contratiempos y calamidades, un enemigo externo que a las gentes aterroriza (el miedo… ¿cuántas veces el temor de las muchedumbres ha sido fomentado y administrado por el poder para dirigir los comportamientos de los hombres?), al cual los gobernantes endilgan todos los males cuando se hallan frente a una situación que no preveyeron y que no saben o no pueden resolver.
Cabría preguntarse, por último, si todavía hoy día, en pleno siglo XXI y ante la pandemia que nos aqueja, seguimos en las mismas, si se sigue combatiendo en la misma batalla. Si el miedo continúa siendo administrado hoy día por los que detentan el poder, en su afán por mantener su monopolio sobre nuestro cuerpo y nuestra salud física y mental con la connivencia de nuestro no responsabilizarnos de ellos.
Y no estamos “todos juntos” frente al coronavirus. Quienes venden la sanidad pública, recortan prestaciones y derechos y no sufrirán la precariedad que viene no están junto a los sanitarios que exponen sus vidas por mil euros al mes o los trabajadores que llaman “esenciales” y que han estado sin disponer de medios profilácticos por falta de previsión. Quienes se van a beneficiar de esta crisis no están junto a quienes sufrirán sus consecuencias. No nos engañemos, esta nueva enfermedad no es igualitaria (aunque los medios insistan en ello) como no lo era la peste. Álvaro Castro, compañero de esta revista, se refirió en un reciente artículo a esto mismo: las llamadas a la unidad de la Primera Guerra Mundial, donde era la clase trabajadora la que moría en las trincheras. También recuerdo ese “todos juntos” de Margaret Thatcher y los conservadores en la muy conveniente Guerra de Las Malvinas, que pretendía enterrar en el olvido las movilizaciones contra la política económica conservadora, la represión sindical, la erradicación del movimiento obrero y la venta del sector público en Gran Bretaña. También me viene a la memoria esa imagen de Palma propagada en la obra de Fray Ambrosio de Torres: una Palma renacida, pacífica y unida bajo la égida de sus señores, los condes de Palma. Fray Ambrosio reivindicaba la unión de los vasallos junto a su señor, el orden natural de las cosas y la obligada obediencia de los vasallos. Lo hacía después de que la villa viviese las convulsiones del siglo XVII. Los autores de El Lazarillo de Tormes y Don Quijote pusieron al descubierto lo que se ocultaba tras esa fachada aparentemente armoniosa. Cada vez que la bandera de la unión y la armonía se enarbola da qué pensar. Ahora volvemos a escuchar este argumento a escala global. Así que ¿qué será lo que nos espera? Personalmente creo que otro siglo XVII, otro de esos instantes cruciales en la Historia de la Humanidad, otra crisis, entendida esta como oportunidad de transformación, de mudanza, de cambio.
Y nada va a llegarnos si no nos ocupamos de aprender y madurar, como personas y como comunidad. Fritz Perls afirmaba que el verdadero aprendizaje viene de la experiencia, así que más nos valdría respondernos a la pregunta de qué estamos aprendiendo de esta experiencia presente; respondernos a la pregunta de cuáles son las fuentes de las que bebemos en estos días, las fuentes que llenan nuestra vida. También a la pregunta de si son esas fuentes las que la gobiernan.
Un artículo de Rosa María García Naranjo. Historiadora y periodista.
Basado en el trabajo de Rosa María GARCÍA NARANJO y Juan Antonio EGEA ARANDA, “La epidemia de peste de 1676-1682 en Palma del Río. Análisis de la actuación del concejo ante una coyuntura desfavorable”, Ariadna, nº 15 (1995), páginas 151-168. Se puede consultar dicho artículo en la siguiente dirección de la Biblioteca de Palma del Río:
http://bibliotecadepalmadelrio.blogspot.com/2019/09/ariadna-revista-de-investigacion-numero_57.html
1 Carlo M. CIPOLLA, Historia económica de la Europa preindustrial, Alianza, Madrid, 1989, pág. 165.
2 Bartolomé BANNASSAR, La Europa del siglo XVII, Anaya, Madrid, 1989, pág. 15.
3 Antonio DOMINGUEZ ORTIZ, Crisis y decadencia de la España de los Austrias, Ariel, Barcelona, 1973, pág. 199.
También John ELLIOTT alude al «total colapso económico y administrativo de Castilla» en los primeros años de la década de los ochenta, La España Imperial, 1469-1716, Vicens-Vives, Barcelona, 1973, pág. 398.
4 José CEPEDA ADAN, «Cimas y depresiones en la Historia de Andalucía en la Edad Moderna», en Actas II Coloquios de Historia de Andalucía. Tomo I. Andalucía Moderna, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, Córdoba, 1983, pág. V.
5 Jordi NADAL, La población española (siglos XVI a XX), Ariel, Barcelona, 1976, pág. 24.
6 Henry KAMEN, La España de Carlos II, Crítica, Barcelona, 1987, pág. 68.
7 Ibid., págs. 68-84.
8 Juan BALLESTEROS RODRIGUEZ, La peste en Córdoba, Excma. Diputación Provincial de Córdoba, Córdoba, 1982, pág. 137.
Jesús CALVO POYATO, que ha estudiado los señoríos del sur de Córdoba, se refiere repetidamente a que la situación de esta zona hacia 1680 no podía ser peor, Del siglo XVII al XVIII en los señoríos del sur de córdoba, Excma. Diputación Provincial de Córdoba, Córdoba, 1986, pág. 603.
9 Luis S. GRANJEL, Historia General de la Medicina Española. Tomo III. La medicina española del siglo XVII, Universidad de Salamanca y Luis S. Granjel, Salamanca, 1978, pág. 101.
10 En Milán, con ocasión de la peste de 1630, se cometieron numerosas iniquidades judiciales contra personas acusadas por los poderes públicos de propagar la enfermedad. Alessandro MANZONI relata como un grupo de hombres sufrieron innumerables suplicios y una muerte atroz tras ser arbitrariamente designados como propagadores de la plaga, Historia de la columna infame, Bruguera, Barcelona, 1984. Se trató de un crimen legal fundado en pruebas falsas y confesiones amañadas, obtenidas por medio de torturas, un ejemplo de cómo el poder utiliza ciertos mecanismos «perversos» (no privativos del siglo XVII), relacionados con la creación y administración del miedo de las gentes.
11 Partiendo de los datos proporcionados por las Actas Capitulares hemos elaborado un cuadro (Cuadro 1 de los Anexos) en el que aparecen los años en que se desarrolla la enfermedad, los lugares afectados según las noticias que llegan a los capitulares (unas veces confirmadas y otras no) y las fechas de las reuniones capitulares en las que se trata el tema.
12 Henry KAMEN, La España de Carlos II, pág. 79.
13 A.M.P.R., Actas Capitulares, 3-7-1676, s.f..
14 Henry KAMEN, La España de Carlos II, págs. 81-81.
15 A.M.P.R., Actas Capitulares, 21-5-1677, s.f..
16 Henry KAMEN, La España de Carlos II, págs. 81-84.
17 A.M.P.R., Actas Capitulares, 2-7-1678, 10-10-1678, 19-10-1678, 6-12-1678, 14-12-1678, 31-12-1678, s.f..
18 Ibid., 28-5-1679, 3-7-1679, 29-7-1679, s.f..
19 Ibid., 25-5-1680, 29-5-1680, 296-1680, s.f..
20 Ibid., 25-1-1681, 8-8-1681, 9-12-1681, s.f..
21 Ibid., 30-3-1682, s.f..
22 Juan BALLESTEROS RODRIGUEZ, La peste en Córdoba, pág. 131.
23 A.M.P.R., Actas Capitulares, 16-5-1682, s.f..
24 Juan BALLESTEROS RODRIGUEZ, La peste en Córdoba, pág. 131.
25 Antonio CARRERAS PANCHON, La peste y los médicos en la España del Renacimiento, Instituto de Historia de la Medicina Española y Universidad de Salamanca, Salamanca, 1976, pág. 77. Carlo M. CIPOLLA ha observado esto mismo en sus estudios sobre la peste en Italia, Contra un enemigo mortal e invisible, Crítica, Barcelona, 1993, págs. 103-115. En Córdoba, Juan BALLESTEROS RODRIGUEZ confirma este fenómeno, pues los casos se registran sobre todo en primavera y principios del verano, La peste en Córdoba, pág. 123.
26 Bartolomé BENNASSAR se refiere a que, durante los años de peste, los mayores estragos tenían lugar en la plenitud del verano pues, si las cosechas de la primavera habían sido malas, el hombre no podía luchar ya contra la muerte, Los Españoles. Actitudes y mentalidad, Argos, Barcelona, 1978, pág. 44.
27 Jordi NADAL, La población española…, pág. 40.
28 Juan BALLESTEROS RODRIGUEZ, La peste en Córdoba, pág. 96.
29 L.M. RAMIREZ DE LAS CASAS-DEZA, Anales de la ciudad de Córdoba. Desde el siglo XIII y año de 1236 en que fue conquistada por el Santo Rey Don Fernando III, hasta el de 1850, Real Academia de Córdoba, Córdoba, 1948, pág. 177.
30 A.M.P.R., Actas Capitulares, 16-2-1680, 13-4-1680, s.f..
31 Ibid., 16-2-1680, 13-4-1680, 6-5-1680, 14-5-1680, 18-12-1680, 6-3-1681, 14-5-1681, 19-6-1681, s.f.
32 Ibid., 18-5-1680, 18-3-1681, s.f..
33 De forma reiterada se alude en las actas a que el Ayuntamiento no posee dinero para limpiar las calles. En 1680 Palma estuvo a punto de quedarse sin el médico de la villa porque ésta no podía pagar su salario, Ibid., 27-2-1680, 28-2-1680, s.f..
34 Antonio CARRERAS PANCHON, La peste y los médicos…, pág. 92. Luis S. GRANJEL también pone de manifiesto le «hermetización» de la medicina española hacia todo lo que venga de fuera, Historia General de la Medicina…, pág. 19.
35 A.M.P.R., Actas Capitulares, 3-7-1676, 24-7-1676, 31-7-1676, 28-11-1676, 3-12-1676, 21-5-1677, 8-7-1677, 24-7-1677, 6-1-1678, 10-10-1678, 6-12-1678, 14-12-1678, 31-12-1678, 7-1-1679, 30-1-1679, 9-2-1679, 29-4-1679, 28-5-1679, 23-6-1679, 27-7-1679, 3-10-1679, 11-12-1679, 2-4-1680, 28-4-1680, 25-5-1680, 15-6-1680, 19-6-1680, 25-1-1681, 19-7-1681, 8-8-1681, 15-10-1681, 9-12-1681, 28-3-1682, 16-5-1682, 20-5-1682, s.f..
36 Ibid., 3-12-1676, s.f..
37 Carlo M. CIPOLLA, Contra un enemigo…, pág. 93.
38 A.M.P.R., Actas Capitulares, 31-7-1676, 2-7-1678, s/f-11-1678, 9-2-1679, s.f..
39 Ibid., 8-7-1677, s.f..
40 Ibid., 31-7-1676, s.f..
41 Ibid., 10-10-1678, 19-10-1678, 31-12-1678, 7-1-1679, 9-2-1679, 8-8-1681, s.f..
42 Ibid., 19-10-1678, s.f..
43 Las puertas se custodiaban también con cuatro guardas a caballo que rondaban el exterior de la villa, Ibid., 19-10-1678, 6-12-1678, 28-3-1682, s.f..
44 En 1679 se decide permitir la entrada a los vecinos de Posadas, tras asegurarse de que en la ciudad no se ha declarado la enfermedad. En 1680 se envía al médico, D. Diego Ponce a La Campana para informarse de si hay peste y en 1681 se procede igual con Sanlúcar, donde se envían dos diputados. Ibid., 27-7-1679, 24-6-1680, 28-7-1681, s.f..
45 La recogida de la aceituna era una de las actividades agrícolas más importantes y, cuando se acerca la fecha designada para ello, la villa relaja las precauciones.
46 A.M.P.R., Actas Capitulares, 3-7-1676, 21-5-1677, s.f..
47 Ibid., 2-4-1680, s.f..
48 En 1678 se acuerda proceder, si es necesario, a la venta de la dehesa de La Palmosa. La razón que se aduce, principalmente, es la imposibilidad de pagar un médico y las medidas de protección de la villa contra la peste, Ibid., 10-10-1678, s.f..
49 En 1676 se niega la entrada a la villa de la compañía de comedias con que se tenía hecho asiento, por considerarse un peligro dejar pasar a estos forasteros, Ibid., 3-7-1676, s.f..
50 Ibid., 3-7-1679, s.f..
51 Ibid., 31-7-1676, s.f..
52 Ibid., 31-7-1676, 2-7-1678, ?-11-1678, 9-2-1679, s.f..
53 Ibid., 19-10-1678, 6-12-1678, 25-5-1680, 28-3-1682, 30-3-1682, s.f..
54 Ibid., 14-12-1678, 31-12-1678, s.f..
55 En 1679 la multa para los que no asistan a sus turnos en las puertas es de 1.000 mrs; en 1681 se impone como multa a los que abandonen la vigilancia 10 ducados, Ibid., 7-1-1679, 9-2-1679, 8-8-1681, s.f..
56 En 1679 tienen lugar varios encarcelamientos por esta cuestión. En Julio se encierra y se pone en cuarentena a un arriero y su familia que habían pasado por Herrera, contagiada, procedentes de Granada. Igual se procede contra un tal Salvador de Torres. El mismo año se encarcela a dos vecinos por haberse tenido noticias de que estuvieron en Ronda, luego se les expulsará de la villa y se les prohibirá volver bajo pena de doscientos azotes. Ibid., 3-7-1679, 10-7-1679, 29-7-1679, 30-7-1679, s.f..
57 D. Ignacio de Aguirre, mercader francés, introdujo en la noche del 19 de Julio de 1681 diecisiete cargas de ropa en Palma, procedente «de parte sospechosa de contagio». Fue detenido y encarcelado y logró fugarse refugiándose en la Parroquia de la Asunción. La Chancillería de Granada, a instancias de los capitulares, despachó receptor contra D. Alonso Rebollar, alcalde mayor, por los «graves excesos» cometidos al intentar sacarle de la iglesia por la fuerza. Se le ordenó dejar la vara de mando y salir de la villa al destierro. Será una Provisión Real la que le devuelva la vara de alcalde, por entender el rey que en un asunto tocante a la salud pública ha de conocer el Consejo Real «privativamente», Ibid., 16-11-1681, s.f..
58 Ibid., 24-7-1677, s.f..
59 Ibid., 31-7-1676, 10-10-1678, s.f..
60 Ibid., 31-12-1678, s.f..
61 Ibid., 7-1-1679, s.f..
62 Ibid., 10-10-1678, 31-12-1678, 19-10-1678, 7-1-1679, 9-2-1679, 8-8-1681, s.f..
63 Ibid., 31-12-1678, 24-8-1680, s.f..
64 Ibid., 6-12-1675, s.f..
65 En 1680 se decide pagar al médico 3.000 rs. anuales en vez de los 4.000 rs. que se le venían pagando de salario. Ante la resolución de aquel de marchar del pueblo se decide volver a pagarle el sueldo íntegro, pues sería prácticamente imposible encontrar a otro, Ibid., 27-2-1680, 28-2-1680, s.f..
66 Infra., pág. 16.
67 Continuamente se habla de la mucha necesidad que existe, Ibid., 13-4-1680, 18-4-1680, 15-2-1681, 19-6-1681, 20-2-1682, 19-6-16824-12-1682, s.f..
68 Ibid., 13-4-1680, 18-4-1680, 19-6-1681, 19-6-1682, s.f..
69 Ibid., 16-2-1682, 20-2-1682, 16-4-1682, 4-12-1682, s.f..
70 Ibid., 6-3-1681, s.f..
71 Según Bartolomé BENNASSAR, el porcentaje de pobres estructurales de cualquier ciudad era de más del diez por ciento de la población y a ellos habría que sumar los pobres coyunturales, La Europa del siglo XVII, pág. 75.
72 A.M.P.R., Actas Capitulares, 6-5-1680, 14-5-1680, 6-3-1681, 18-3-1681, s.f..
73 Estos embargos de trigo a vecinos (cuyos nombres, por desgracia, no aparecen en las actas) tienen lugar en la primavera de 1680 y 1681, Ibid., 18-5-1680, 18-3-1681, s.f..
74 Ibid., 31-7-1676, s.f..
75 Ibid., 14-6-1680, s.f..
76 Ibid., 16-5-1682, s.f..
77 En 1681 y 1682 se piden rebajas en los repartimientos para los cordones sanitarios en torno al Puerto de Santa María y Montilla, aduciendo «ser calamitosos» los tiempos que corren, Ibid., 14-8-1681, 25-5-1682, s.f..
78 Ibid., 22-4-1679, 29-4-1679, s.f..
79 Ibid., 8-7-1676, 23-6-1679, s.f..
80 Ibid., 20-5-1682, s.f..
81 Bronislaw GEREMEK, La piedad y la horca. Historia de la miseria y de la caridad en Europa, Alianza, Madrid, 1989, pág. 143.