
Teófora:
Incertidumbre, inestabilidad, inseguridad, tribulación, escollo, problema, conflicto, dilema y cambio son sinónimos de la palabra crisis.
Estas palabras fueron utilizadas en momentos de la historia pasada, durante períodos de hambrunas o epidemias que originaron un descenso de la población y muchas veces conflictos y cambios sociales.
Son sinónimos y no son metáforas. ¡La cosa no está para metáforas!, me dices: “no es posible siempre esconder el dolor en mitad de una metáfora”.
Sólo he pretendido, Teófora, “detener la cámara” sobre una situación que nos agobia; no pretendo elevar el tono, el ritmo y la emoción en esto que nos atenaza, y por eso he graduado en forma descendente esas palabras.
Me dices, sin rodeos, en estos días de desazón a causa del Covid 19, que “el mundo es una caperuza de dolor en el que las epidemias, el hambre y la guerra son la lectura del tiempo en que vivimos, bajo la que no hay cobijo para la poesía” (López Andrada).
Al igual que el Covid -continúas- la pobreza amenaza -sabiendo que identificarla no es lo mismo que medir quién la experimenta-, y planteas la necesidad de resolver las causas estructurales de la misma. Como la cuestión inmigratoria por hambre en el Mediterráneo, azul e indescifrable todavía, y en el que su serenidad clásica es traicionada por “esos ruidos que llegan a golpes de unos moribundos” (Rilke), en esa habitación sin ventanas que es el mar.
Un mar repleto de voces de sombra que gritan entre Tánger y Tarifa o se sorprende ante el drama, como si fuera un mero espectáculo teatral, desarrollado en las aguas lampedusianas entre Libia, Malta y Sicilia.
Al igual que la guerra. Y me comentas que intentas visualizar con claridad a unos supervivientes de lugares vacíos, con ventanas y puertas vacías de par en par ante el horror, y donde gatos y perros sin pelos ya, confundidos, caminan errantes por una tierra muerta.
En fin, Teófora, nosotros en estas conversaciones, y mediante unas palabras quizás inútiles, clamaremos, al menos por tu parte, justicia, solidaridad, ternura y esperanza, en estos días de crisis del plenilunio de abril.
Un artículo de Juan Ruiz Valle