Álvaro Castro
“debes perder toda esperanza de que la posterioridad te reivindique»
(George Orwell, 1984)
1.
Todo texto que pretenda hablar con honradez de un autor como George Orwell debe de tener en cuenta una de las advertencias fundamentales que atraviesan su obra: el uso perverso que el presente puede hacer del pasado, y más en concreto, la capacidad de algunos que administran el mundo de la cultura y de la información para falsearlo, apropiárselo y donar a la élite socio-política de la que dependen un espejo en el que mirarse y legitimar su poder. Su propio memoria a veces calló bajo esas estrategias. En particular, en el verano de 1996 se destapó un escándalo en torno a la presunta colaboración de Orwell con los servicios secretos británicos en el contexto de la “caza de brujas” en los años de arranque de la Guerra Fría. A raíz de la desclasificación de unos ficheros de dichos servicios, se hizo correr el rumor de que Orwell había presentado una lista de sospechosos de simpatías comunistas a las autoridades británicas para proceder a una persecución. Nada de esto existió. Asi, si Orwell ha sido uno de los escritores que a través de sus artículos periodísticos y novelas mejor ha destapado los mecanismos de control y manipulación para el sostenimiento del poder vigente, él mismo fue víctima de ese tipo de mecanismo, por otra parte bastante habitual en la historia de las democracias modernasi.
De todas formas, no le ha hecho tanto daño a su recuerdo ese hecho, como la sólida “imagen” que la intelectualidad occidental fue dando de él, reduciendo su actitud crítica a la crítica del sistema estalinista y vacunando así de la misma a los países capitalistas y las democracias representativas. Orwell ya advirtió en sus textos del peligro de los escritores que se dicen de “liberales” o de “izquierda”. A vece estos precisamente pueden serlo porque la pobreza no les toca. Es por ello que el escritor izquierdista caracteriza sus escritos con una actitud de desesperación, de denuncia del tedio vital, mientras que “la gente con el estómago vacío no se desespera del universo. De hecho, ni siquiera piensa en el universo”. Durante la década de los veinte, dice Orwell, estaba de moda entre ellos la “desilusión” y el “tedio vital”, algo que solamente es accesible para “dandys”. Esto nos invita a pensar si “tantas ideas de izquierda no son más que un juego con fuego de aquellos que no saben que el fuego quema”, precisamente, porque ser honesto conlleva quemarseii.
Y aunque es cierto que Orwell no abandonó nunca la afinidad por la democracia parlamentaria y el laborismo inglés, más cierto es aún que el mundo imaginado en 1984 parece que ha alcanzado el grado de realidad. Si a comienzos de la Segunda Guerra Mundial Orwell afirmó que “nosotros vivimos ya en un mundo que se encoge” en el que las “perspectivas democráticas han concluido en alambradas”, hoy podemos hablar ya de un presente prensado y cauterizado en base a la falta de observancia y manipulacion del pasado, el bloqueo de la memoria colectiva, el control exhaustivo de la conducta por parte de las tecnológicas, la implantación de un pensamiento único incuestionable y lo más determinante, una congelación del tiempo en un perpetuo “evento” al modo de Facebook.
2.
“-¡Fíjate en la vida de hoy en día! No es más que un estancamiento, una muerte en vida.
Mira esas malditas casas y los desgraciados que las habitan.
A veces creo que no somos más que cadáveres que se descomponen en posición vertical”
G. Orwell (Que no muera la aspidistra, 1936)
Eric Arthur Blair, hijo de un funcionario imperial y el mediano de tres hermanos, nació en Montihari, India, en 1903. Siendo muy pequeño se le envió a Inglaterra para ser educado con su madre, que le iniciará en la poesía y la literatura. Orwell refiere que fue un niño solitario, que gustaba de inventar historias y hablar con amigos imaginarios, tendente siempre a construirse “un mundo privado con el que podía cubrirme la espalda en mis fracasos de cada día”; por eso empezó ya a vivir, como otros muchos, en la emboscadura de los mundos-ficciones de los libros. Tras su paso por la escuela de Eton, consiguió una beca para estudiar en el colegio St. Cyprien, donde Aldous Huxley fue su profesor de francés durante un año. En este colegio experimentó el clasismo de la sociedad inglesa y el desprecio de sus compañeros, que pertenecían a un status superior. Renuncia a la Universidad y en 1922 se enrola en la Policía Imperial británica, siendo destinado cinco años a Birmania. Allí, experimentó las atrocidades del colonialismo. Entonces fue cuando decidió renunciar a la Policía, a su clase social y a su propio nombre.
George Orwell sobrevivirá una década en la extrema pobreza, combinando la escritura y trabajos ocasionales que le llevaron a conocer de primera mano el mundo de los pobres, los vagabundos y la clase trabajadora. Fruto de esas experiencias es su novela Sin blanca en París y Londres, sarcástico retrato de la sociedad de entreguerras en los que la experiencia personal se mezcla con la descripción de los ambientes y espíritus más degradados de la existencia humana, junto a lúcidas reflexiones sobre el mundo de la explotación laboral, los asilos, la asistencia social, o la actitud de la clase media frente a los pobres. Orwell señala el trabajo esclavo, por ejemplo el de fregaplatos, como un trabajo inútil, preguntándose por la continuidad de éste: “Yo creo que ese instinto de perpetuar la inutilidad del trabajo es, en el fondo, simple miedo a la masa. La masa (se piensa) son unos animales tan viles que serían peligrosos si no tuvieran nada que hacer; es más seguro tenerlos atareados para que no tengan tiempo de pensar”. El mundo giraba en torno al dinero: “El dinero de se ha convertido en la gran prueba de la virtud”, dice en Sin blanca… En Que no muera la aspidistra retrata a un redactor de eslóganes publicitarios que desprecia la vida de la clase media. Gordon “se percató de que el culto al dinero había sido elevado a la categoría de religión (…) El dinero ocupa el lugar de Dios. El bien y el mal ya no importan, salvo cuando van ligados al éxito y al fracaso. De ahí la profunda conexión entre el bien, la bondad, y el éxito. Los diez mandamientos se reducen a dos: ‘ganarás dinero’, dirigido a los jefes, que son los elegidos, los sumos sacerdotes del dios del dinero; y ‘no perderás tu trabajo’, que atañe a los empleados, esa gran masa de esclavos y subordinados”.
Reconoce Orwell que la experiencia con la pobreza y el servicio en Birmania aumentaron su odio a la autoridad y le hicieron tomar conciencia de la situación de la clase trabajadora. Poco a poco fue encontrando lugares de publicación de artículos de denuncia de la vida de los vagabundos, los mineros y los obreros industriales, acercándose al socialismo (Que no muera la aspidistra, 1936, El camino de Wigan Pier, 1937, y Subir a por aire, 1939, destacan de ese periodo) pero desvinculándose de los partidos comunistas, fieles servidores de la URSS de Stalin. Aún le quedará por vivir la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la hipocresía de la sociedad inglesa y la censura a la que sus textos serán sometidos hasta su muerte por tuberculosis el 21 de Enero de 1950. Fue en esa década de los cuarenta cuando se conocieron sus tres obras fundamentales: Homenaje a Cataluña (1938), Rebelión en la Granja (1945) y 1984 (1949).
3.
«Mañana tomamos el café en Huesca»
(G. Orwell, Homenaje a Cataluña)
Orwell viajó en diciembre de 1936 a la península con la misión de escribir artículos sobre la guerra. Sin embargo, al llegar a Barcelona ingresó como miliciano, “porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud posible”. Orwell se quedó prendado de una ciudad en la que la clase trabajadora había “tomado las riendas”, una ciudad en la que “hasta los lustrabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro”, en la que “las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía ‘señor’ o ‘don’ y tampoco ‘usted’, todos se trataban de ‘camarada’ y ‘tú’, y decían ‘¡salud!’ en lugar de ‘buenos días’”; se cantaban himnos revolucionarios y las paredes estaban llenas de consignas y banderas anarquistas. Era un lugar en el que “los seres humanos trataban de comportarse como seres humanos, y no como engranajes de la máquina capitalista”.
En la obra Homenaje a Cataluña Orwell recogerá entonces las experiencias vividas en los meses que estuvo en las trincheras del frente en las filas del P.O.U.M. (Partido Obrero de Unificación Marxista), de la línea trotskista, así como los acontecimientos de mayo de 1937, que vivió de primera fila en Barcelona. Ese mes, como se sabe, estalló el conflicto entre el gobierno popular de la República de Largo Caballero y el del P.S.U.C., sobre los que se cernía el dominio del Partido Comunista, contra los obreros de la C.N.T., y el P.O.U.M. Tras duros enfrentamientos en el centro de Barcelona, la fuerza de la Guardia Civil y el Ejército republicano, junto a la pasividad de dirigentes de la C.N.T., trajo consigo el fin de las aspiraciones revolucionarias, el desmantelamiento de las colectivizaciones y la imposición de la prioridad de ganar la guerra -renunciando a la revolución- militarizando y jerarquizando definitivamente las milicias, así como la represión de anarquistas y trotskistas que fueron asesinados o incomunicados en las cárceles (algo hermosamente retratado por Ken Loach en Tierra y libertad). En una parte central del libro, Orwell da cuenta de la manipulación informativa sobre estos acontecimientos, tanto por parte de la prensa demócrata como la comunista europea, que incluso trató de convertir al P.O.U.M. en un partido aliado del fascismo y subvencionado por Hitler.
Tras incorporarse al frente y ser herido gravemente en el cuello, regresó a Barcelona junto a su esposa. Aquella ciudad ya no era la que le llevó a alistarse, la desilusión, la desolación de los compañeros del P.O.U.M. (que había sido disuelto), que habían presenciado el asesinato de Estado de Andrey Nin y otros dirigentes trotskistas… ya no había banderas rojas y negras, sino republicanas, y tampoco gente que se hablase de tú y se dijese salud, sino guardias civiles entrando y saliendo de todos los portales; un control policial exhaustivo. Era el momento, encontrándose sin voz, de regresar a Inglaterra.
4.
“TODOS LOS ANIMALES SON IGUALES.
PERO ALGUNOS ANIMALES SON MÁS IGUALES QUE OTROS”
G. Orwell, Rebelión en la Granja, 1943.
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial pilló a Orwell viviendo en Londres. Enfermo ya de tuberculosis, las secuelas de la herida en el frente de Aragón le impedían alistarse en el ejército británico para luchar contra Hitler, como él deseaba. Tampoco le dieron sitio para trabajar en la retaguardia en los asuntos burocráticos de la guerra, lo cual frustró su deseo de seguir combatiendo el fascismo. Por otra parte, desde 1940 y a través de sus pocos escritos Orwell muestra una actitud muy crítica con la clase gobernante inglesa, especialmente con Churchill y la burguesía liberal londinense, parte de la cual no hacía ascos a una posible invasión alemana y se preparaba de hecho para una posible integración en la futura nueva sociedad del III Reich. De los primeros años de guerra dejará testimonio en un diarioiii. En el mismo realizó un profundo análisis de una sociedad en guerra pero indecisa frente a la incertidumbre de lo que pudiera ocurrir, mostrando como la gran política y las decisiones de los gobernantes encontraban su principal arma de apoyo no tanto en el papel que juegan los medios de comunicación, sino en la estupidez humana que reproduce sus consignas. Orwell, a pesar de su frustración por no poder alistarse, bajo el sonido de las alarmas por bombardeo y de nuevo en una exasperante pobreza material, era plenamente consciente que por debajo de una guerra entre aliados y el fascismo se encontraba encubierta una guerra de clases: “Hitler es la cabeza de un tremendo contraataque de la clase capitalista, que se está convirtiendo en una gran corporación (…) Cuando se trata de resistir a un ataque como éste, cualquiera que sea de la clase capitalista necesariamente será traicionero, o medio traicionero, y se tragará las más temibles indignidades antes de pelear en serio… Hacia donde se mire, ya sea hacia los más amplios aspectos estratégicos, o hacia los más nimios detalles de la defensa local, se ve que toda lucha verdadera implica una revolución”. Después de la experiencia en Cataluña, Orwell tenía claro que la alianza con Stalin era un escollo fundamental para la misma. Y la denuncia del estalinismo ocupará una parte de los escritos de esta década que empezaba.
Fue en 1937 precisamente cuando tuvo la idea de escribir Rebelión en la granja. Terminada en 1943, encontró un rechazo generalizado de todos los editores. El Ministerio de Información británico les había advertido sobre la publicación de la obra, pues siendo entonces Stalin un aliado de Inglaterra, se ejercía censura sobre los textos anti-rusos, tal y como fácilmente se puede interpreta la novela. Sin embargo, Orwell recuerda que los problemas que el libro encontró para verse publicado no fueron directamente por la censura oficial, que realmente no fue dura, sino por la propia actitud de auto-censura de los editores, y eso se debía a que era totalmente impopular ser crítico con Stalin entre las clases lectoras -compradoras de libros- en estos años de guerra; por no decir que era impopular ser crítico respecto a cualquier cosa. Ciertas noticias incómodas, igual que su novela, son eludidas no porque el gobierno las censurase directamente, “sino porque existe un acuerdo general y tácito sobre ciertos hechos que ‘no deben’ mencionarse”, dice en un prólogo. La sociedad es más eficaz en la censura que el propio Estado.
Rebelión en la granja, suficientemente conocida, relata la historia de la sublevación de los animales de una granja sobre sus dueños humanos, en una secuencia de acontecimientos que la asemeja a lo ocurrido en Rusia desde 1917. Esa revolución pronto se vio comandada por los cerdos, liderados en un principio por la figura del Viejo Mayor, que lanzó la consigna: “Eliminad tan sólo al Hombre y el producto de nuestro trabajo nos pertenecerá”. La toma del poder mediante la entrega abnegada descubrirá su capacidad para corromper a los dirigentes y la de éstos para pactar traiciones y asegurar un nuevo status quo. Disputado por Snowball y Napoleón, este último se alzará con el mismo, sometiendo a purgas al bando contrario, y transformando la revolución en una dictadura férrea. La transformación de los cerdos tras la consolidación del poder de Napoleón fue patente: “No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”.
5.
“es tanto lo bueno de la sociedad moderna que en realidad es malo, que es cuestionable el que en un balance la guerra haga daño”
G. Orwell, Diario de guerra 1940-1942
En su vieja novela El camino de Wigan Pier, Orwell presentó la idea de una “mentalidad gramofónica” para caracterizar la adhesión que la sociedad hace a consignas diseñadas desde el poder político y los medios de comunicación, consignas que sólo sirven para constreñir el pensamiento, limitarlo y reconducirlo hacia la reproducción del orden establecido. La reflexión acerca del lenguaje desde entonces está muy presente en sus textos, consciente de que el lenguaje conceptual humano estructura el pensamiento, y siendo ese lenguaje aprendido en la cultura en la que uno se educa, ponerlo en cuestión equivale a blasfemia, a hacer algo peligroso. Dicha reflexión culmina en el mundo descrito en 1984, la famosa antiutopía y su último libro, con la idea de la neo-lengua. Este es un lenguaje diseñado desde un poder totalitario que mediante la anulación de palabras y la formación de otras, administra los conceptos con los que una población totalmente alienada puede captar su realidad. La clave del poder del Estado en la novela es haber conseguido que la sociedad reproduzca el “doblepensar”, esto es según Orwell, la predisposición para cambiar las ideas propias acerca de algo por las ideas que proponga el Partido a través de sus medios de comunicación. Así entendemos que su protagonista trabaje en el Ministerio de la Verdad, que se encarga de falsear el pasado y la prensa para ajustarla a los intereses del régimen, construyendo la opinión publica; que el Ministerio de la Paz se encargue de la guerra, el del Amor, del control social y policial, y el de la Abundancia, de la gestión de una pauperización que no para de incrementarse. Por otra parte, los eslóganes más repetidos se recrean con fruición: “La guerra es la Paz. La libertad la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.
La sociedad moderna convierte lo negro en blanco. Desde la primera hoja de 1984 la descripción que hizo Orwell de El Gran Hermano, ese dictador omnipresente a través de las nuevas tecnologías destinadas al control exhaustivo de la población, remite el pensamiento del lector casi inevitablemente a la imagen de Stalin y la propaganda típica soviética. El mundo se encontraba dividido en tres grandes continentes. Escrita en 1949, Asia Oriental, remite la imaginación del lector a la China de Mao; Eurasia, el eterno enemigo, a la Rusia soviética que ha invadido Europa, y por último, Oceanía, que remite al mundo anglosajón. Pues bien, el Gran Hermano no domina Eurasia en la novela de Orwell, sino Oceanía; no es Stalin, como muchos hubiesen querido leer en 1984, sino un líder occidental… Lo contrario del “doblepensar” es el “crimental”, equivalente a la disidencia, a la no asunción de la Verdad que construye el partido a través de su Ministerio de manipulación, pero su ejecución conlleva la eliminación, la evaporización por parte de una Policía del Pensamiento que trabaja para el Ministerio del Amor. ¿Ha sido producto del “doblepensar” la reducción de la contribución al pensamiento crítico por parte de George Orwell a una crítica del “eterno enemigo” comunista?, ¿un diseño consciente de nuestros propios Ministerios?
Con los antecedentes de Nosotros, de Y. Zamiatin (1921) y Un mundo feliz (1932), 1984 es una denuncia no simplemente de los regímenes totalitarios del tiempo en el que fue escrita, bien el Estalinismo, bien el Fascismo, sino de un sistema de dominio de la población mundial -de la que aquellos no son más que otras de sus manifestaciones-, que teniendo su núcleo en Occidente, iba a extender la alienación y la incapacidad de pensar cnunca más a la contra. Tal poder se sustentaría en los avances tecnocientíficos aplicados ahora al control social, como la videovigilancia y la intervención de las comunicaciones privadas, así como las nuevas técnicas de control psicológico y subliminal a través del diseño de imágenes que sustituyen a la verdad, con la finalidad de educar la percepción de sus habitantes, y con ello, encaminar sus emociones. Pero no sólo en eso. Orwell nos ha enseñado que los enemigos más temibles se hayan en nosotros mismos y entre nosotros, en esa enquistada ya incapacidad para pensar y actuar bajo formas que no alimenten dominación. Es así como han podido construir una realidad en la que es el Sistema el que fabrica hasta a sus propios disidentes.
(versión revisada de artículo publicado en la Revista Raíces, nº2, 2011)
i Al respecto, George Orwell ante sus calumniadores, editado por Likiniano Elkartea. Se puede ver también La victoria de Orwell de Christopher Hitchens (Emecé).
ii“Dentro de la ballena” (1940), en Escritos (1940-1948). Literatura y Política (Octaedro).
iiiG. Orwell, Diario de guerra 1940-1942 (Sextopiso).