“Lee mucho, escribe mucho”. El entrecomillado anterior es el consejo que un consagrado poeta daba a un joven que empezaba a escribir.
El escritor es un artista que puede ejercer “su arte prácticamente donde quiera y sin necesidad de grandes medios”. Trabaja con un material común y corriente. Nada hay más común que las palabras. Ellas son lo más inmediato de la vida, lo más simple.
A diferencia de otros artistas el escritor tiene su herramienta al alcance de la mano. Conseguir un cincel y un bloque de mármol puede ser caro y difícil de conseguir. En cambio las palabras siempre están disponibles como “una amada obsequiosa o un amigo de los de verdad”.
No hace falta comprarse un piano, ni estar pendiente de si se te acaban las pinturas o has perdido la furgoneta para ir a recolectar naranjas porque fuiste a recoger el “macaco” que se te había olvidado.
Sin embargo el poeta y teórico Ezra Pound afinaba “No imagines que escribir es más fácil que el arte de la música o que puedes complacer a un lector cualquiera antes de haber empleado al menos tanto esfuerzo” como el que va diariamente a su trabajo, a una oficina, a un tajo o a impartir una clase de historia.
“Lee mucho” (Quiñones). Ese es el mejor secreto del que escribe. Hay que “devorar literalmente” libros cuando se pueda. Leer lo que gusta pero también a los clásicos, a los clásicos contemporáneos de cualquier disciplina, sean novelistas, poetas o historiadores.
“Déjate influir por cuantos artista sea posible…pero no permitas que te influyan solo uno o dos a quienes da la casualidad que admiras” (Pound). Porque todo lo escrito se apoya en lo que se ha leído previamente de otros.
Asimismo Eugenio Montale escribía “…lecturas de todo género…el lenguaje de un escritor es un lenguaje “historizado”. Tiene valor en cuanto se opone o se diferencia de otros lenguajes”: Suele decirse que una copia es un plagio cuando no supera al original.
“Escribe mucho” (Quiñones). Y el papel en blanco es una invitación a explorar un territorio ignorado. Con ese papel en blanco o pantalla de ordenador del Office que aparece ante los ojos cualquier escritor está empezando a charlar con alguien, como yo hago contigo Teófora. Se escribe también para que sea leído, los sociólogos de la literatura dicen que el público forma parte de la entraña de lo escrito (Amorós).
Además hay que dejarse llevar por la intuición y la máxima libertad cuando se escribe el primer borrador, pero no se debe conformar con la imprecisión o ambigüedad, “el mejor escritor no es el que más escribe, sino el que mejor tacha”. Porque el escritor es un lector crítico de su propia obra que tiene que saber seleccionar y pulir sus propios borradores (García).
En fin Teófora, “escribe mucho”. Es evidente que solo es escritor el que escribe. Pero la tarea reside, cómo se hace para escribir mucho e intentar que correctamente. Pues bien se trata de escribir cuando se pueda. Se trata de poner la técnica adquirida al servicio de la intuición, “hacer dedos como hacen los pianistas”, siguiendo las recomendaciones que la retórica tradicional clásica establecía como valores del buen estilo y era adecuarse a su asunto (aptus), la corrección léxica y sintáctica (puritas), la claridad (perspicuitas) y también un cierto grado de adorno en la expresión (ornatus).
En definitiva, Teófora, todas las personas comunes preferimos leer de corrido, enterarnos de lo que cuenta cualquier autor sin necesidad de saber sanscrito y sentirnos interesados, concernidos, “afectados” por lo que leemos.
Por último, el escritor Medardo Fraile transcribía unas recomendaciones de una novelista escocesa (Muriel Spark) que no están lejos de lo que he pretendido al escribir esta conversación contigo:
“ Le escribes(“o conversas”) una carta a un amigo querido, que existe o, aún mejor, inventado…y hazlo sin temor ni timidez hasta que termines la carta, como si nunca fuera a publicarse de forma que tu amigo…una y otra vez desee que le escribas más.
No tienes que hablarle de vuestra amistad que ya das por sabida…Antes de empezar la carta, imagina (“piensa”) bien lo que vas a contar…pero no te pases de rosca (“no cantes a la lluvia… haz llover”, Anónimo); la historia que cuentas se irá desarrollando según se escribe, especialmente si la piensas para hacer sonreir, o reir, o llorar, o cualquier otra cosa a “ese amigo único”, hombre o mujer”.
Y luego tacha, corrige, si no te gusta, Teófora, y le cedo la palabra antes de finalizar al maestro Borges: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.
Un artículo de Juan Ruiz Valle