Hace ya algún tiempo que a alguien, parece ser que de la Diputación, se le ocurrió «la genial idea» de poner en todas la bibliotecas de Córdoba y provincia un «rincón violeta», que no es otra cosa que un mueble-estantería (para mi gusto, de algo más que de mal gusto) para albergar libros de temática feminista o de género, como dicen ahora.
Este proyecto que, como es natural en estos casos, contó con toda la parafernalia mediática, acompañada, como no, con fotos de alcaldes y concejalas de los distintos pueblos de nuestra provincia.
Sin entrar en que si a uno le puede gustar más o menos esta idea o si uno considera que haya motivo o no para gastar en esto un dinero público -que siempre es cuestión de gustos y opiniones-, si me gustaría apuntar algunas cosas al respecto. Si no hay más remedio que hacer «El rincón violeta» al menos vamos a hacerlo de forma que allí se puedan encontrar libros que recojan la historia de mujeres que realmente fueron precursoras y lucharon por la igualdad en tiempos donde esa lucha suponía un riesgo personal y social. Que podamos encontrar los usuarios de cada biblioteca algo más que títulos del tipo «Monstruo rosa», «El día de todo al revés», o ese otro, que a mí personalmente ha logrado herirme la sensibilidad, titulado «Las princesas también se tiran pedos». Pues claro que se tiran pedos, cagan y mean, como todo el mundo, y como todo el mundo sus pedos y caca hasta «jieden» ¿o acaso alguien creía lo contrario? Títulos como estos, y actitudes como la de la escuela pública Táber del barrio barcelonés de Sarriá, hacen que lo que podría ser una reivindicación se convierta en un esperpento.
Como hemos dicho antes, ya podían poner en estos «Rincones Violetas» libros que den a conocer lo que ha sido el movimiento feminista, libros que recojan las historias de mujeres rompedoras con su tiempo que reivindicaron sus derechos y lucharon por ellos. Mujeres como las hermanas Elisa y Josefa Uríz Pi, pioneras en la aplicación de un nuevo concepto de educación, que les costó primero un montón de disgustos; después, durante la II República, algunas satisfacciones; y, por último, al final de la guerra civil, un prolongado exilio.
Mujeres como Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal, pioneras del feminismo en España en la segunda mitad y finales del siglo XIX, a las que cogieron el testigo, entre otras, mujeres como María Cambrils, Carmen de Burgos, Margarita Nelken o María Lejárraga.
A estas mujeres le siguió toda una generación que llegó a su cénit durante la II República y que intentaron transformar la sociedad española de la época, transformación que se vería truncada por la Guerra Civil. Entre esa mujeres tenemos a Rosario de Velasco, María Teresa León, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Concepción Méndez, Ángeles Santos, Maruja Mallo, María Zambrano, Ernestina de Champourcin, Marga Gil, Delhy Tejero, Zenobia Camprubí o Elena Martín Vivaldi, esta última menos conocida a nivel popular, quizás por no haberse ido al exilio, aunque tuvo el gran mérito de quedarse en aquella España gris y machista de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo sin renunciar a sus costumbres ni forma de ser.
Claro que para que ese «Rincón Violeta» recogiera y difundiera las historias de todas esas mujeres, primero quienes se hacen fotos delante de él, casi siempre con una sonrisa tonta en los labios, tendrían que conocerlas a todas ellas, conocer sus vidas, conocer sus historias, que no son otras que las del Feminismo con mayúsculas en España y no ese feminismo como de escaparate y pandereta que últimamente nos quieren vender «algunos y algunas».
Un artículo de José Fernández Ruiz