
¡Ay, madre, nuestros muertos!
Tan cautos,
tan olvidados en el ajetreo
cotidiano.
Más, a veces, nos llaman
con el fulgor
del recuerdo:
una instantánea,
un olor,
una figura desconcertante
en un fondo putrefacto,
un tiempo esquivo,
un dolor inesperado
asoma por los escombros
del refugio.
¡Ay, nuestras muertas!
Las que se fueron en buena lid,
los desatendidos, despreciados,
las ultrajadas,
los que eligieron,
las hambrientas de justicia,
los vilmente asesinados…
¡Ay, nuestros muertos!
Deambulan sus murmullos
y en un fatídico día de verano,
en sombrío remanso
de estos grandes ríos
que nos traen y nos llevan,
se posan con dolor preclaro.
Truenan sus gritos
en un crepuscular quejío de mi pueblo,
en un rayo retenido, en un instante,
en clamor quejumbroso de una mañana
tan negra como la noche del universo.
¡Ay, nuestros muertos!
Tan ocultos por el miedo,
tan mal enterrados…
¡Qué ignominia!
Con la dignidad de la inocencia,
desde la plaza pública,
en filas, escogidos,
tú, tú y tú,
-diez por cada toro de ralea
muertos por hambre y no en el ruedo-
Y en trágica coral de desesperación
y llanto,
en militar exhibición de mando
y venganza,
para el corralón
privado del régulo
-Al lado la iglesia,
y los jardines y aposentos
del palacio de los señores
de Palma-
Y allí, se ejecuta la muerte de metralla…
Muerte lloreante,
chorreante,
empapando.
manchando
regando…
La sangre corre
por las calles,
por las acequias,
por las huertas,
por los olivares,
por los arroyos,
secos como sus almas
¡Ay, mis muertos,
los tuyos, los nuestros!
Un poema de Eulogio Lacalle Fimia
Gracias por recordar a nuestros muertos porque son de todos Por tu sensibilidad y amor Que descansen en paz Gracias