El sábado 15 de Junio de 2019 se produjo un hecho histórico en Palma del Río y, por primera vez en su historia, si no estoy equivocado, nuestra ciudad tiene una alcaldesa al frente del consistorio.
Para encontrar el único precedente histórico de algo parecido, que no igual, por supuesto, tenemos que remontarnos hacia la primera mitad del siglo XVII cuando Doña Leonor de Guzmán, al quedar viuda de su marido, el conde de Palma, estuvo al frente de la casa Portocarrero hasta que su hijo fue declarado mayor de edad; y después, tras la prematura muerte de este, tuvo que volver a hacerse cargo de nuevo de los designios del condado hasta su muerte, acaecida en 1661.
Durante más de 20 años, Doña Leonor de Guzmán sostuvo sobre sus espaldas la responsabilidad de proteger y engrandecer el condado de Palma, objetivo que por cierto cumplió con creces, según se desprende del libro de nuestra historiadora y amiga Rosa María García Naranjo titulado «Doña Leonor de Guzmán o el espíritu de casta, mujer y nobleza en el siglo XVII».
Ahora bien, como hemos dicho antes, entre el papel que desempeñó Doña Leonor de Guzmán y el que tiene que desempeñar a partir de ahora Doña Esperanza Caro de la Barrera Martín, salvando el detalle común de ser las únicas dos mujeres que han tenido la responsabilidad del gobierno de Palma, hay un abismo en diferencias o al menos debería haberlo.
Mientras el principal objetivo de Doña Leonor de Guzmán, a lo largo de sus más de veinte años al frente de los intereses del condado de Palma, fue única y exclusivamente el de proteger y engrandecer los intereses de la casa Portocarrero, tanto en el plano económico como social, el de nuestra flamante alcaldesa tiene que ser, o al menos tendría que serlo, el de proteger y engrandecer los intereses de todos los ciudadanos palmeños.
Ojalá que Doña Esperanza Caro de la Barrera Martín haga bueno ese tan comentado «slogan» de la mayoría de foros feministas, el que afirma que cuando hay una mujer al frente de algún gobierno o empresa, su gobierno, valga la redundancia, será mucho más equitativo, democrático, justo, sensible, etc. Yo, aunque personalmente no creo que todos estas bondades tengan nada que ver con el sexo al que pertenezca el gobernante, sino de su integridad ética y de su conciencia política, si me gustaría que en este caso de cumplieran todas las expectativas. Que el hecho de ser gobernados por una mujer traiga consigo todos esos calificativos que, por supuesto en mi opinión, no se han cumplido en los cuarenta años de «democracia» con sus antecesores varones en el cargo.
Me gustaría, como he dicho antes, que el objetivo principal de nuestra flamante alcaldesa fuera el de proteger y engrandecer los intereses de todos los ciudadanos de Palma del Río, de todos por igual, que no vaya a tener la tentación, como pasó en el siglo XVII o como ha pasado en los últimos cuarenta años, de encauzar casi todos esos intereses en favor del engrandecimiento de la familia; en el siglo XVII de la familia Portocarrero, y en los últimos cuarenta años de la familia socialista y alguna que otra familia, que parece que desciende directamente del rey Midas por aquello de que todo lo que tocan se convierte en oro.
Ya se cual va a ser la contestación, si es que la hay, pero todos sabemos perfectamente cuáles han sido los vicios de nuestros anteriores gobiernos municipales. Esperemos que, si bien hay que ser consciente de que es muy difícil acabar con tantos vicios de un plumazo, o incluso de que dado el avanzado estado de los mismos puede que sea imposible, sí al menos dentro de los próximos cuatro años Doña Esperanza haya luchado contra ellos con todas sus fuerzas. Si así lo hace, puede que se viera abandonada por algunos, pero seguro que también recibiría el apoyo de otros muchos ciudadanos que no tendrían la menor duda de que realmente ha hecho honor a ser la primera alcaldesa en la historia de Palma del Río.
Únicamente de usted depende Sra. Alcaldesa y amiga Esperanza, Como alcaldesa, por sus actos la conoceremos y juzgaremos.
Como amiga, te deseo todo el acierto del mundo en tu labor…
Un artículo de José Fernández Ruiz