Recuperar la Sanidad Pública de calidad, paso a paso
Gustav Klimt es un clásico.
A estas alturas no seré yo quien vaya a descubrir nada nuevo de su obra, formación, vida pública o cualquier otro aspecto categorizado de su producción
En una sociedad basada en el capital como es la nuestra, donde la filantropía tiene nombre de fundación, el arte es un producto más y como tal se rentabiliza hasta el fin último de sus posibilidades; de ahí, que llevemos camisetas, fundas de gafas, faldas, etc… estampadas con obras maravillosas de la historia del arte. Klimt está muy presente en nuestros días porque su obra es proclive a esta práctica; a la de “la estampación”; resulta que es estéticamente atractiva, está llena de ornamentación vistosa (viva Bizancio) y es profundamente sensual (femme fatale); su obra es “bonita” atendiendo a un criterio superficial de belleza.
La reproducción en serie de su obra la acerca al “Gran Público” y en mi opinión, también la descontextualiza. Se difumina el camino para llegar a la persona, a su esencia creadora. ¿Dónde queda su emoción?, ¿qué sentía?, ¿quién era?, ¿cómo vivía hacia dentro? Para devolverle la MAGIA, la pulsión de lo intangible hay que entrar en su mundo, leer la evolución de su lenguaje artístico a la par que su evolución como persona.
Con Klimt es obligatorio dejarnos atrapar en una espiral de vida que nos traslade a la Viena de finales del XIX; pasear entre las calles que él pisaba, vagabundear por sus pensamientos y sus deseos, sentir su obra a través de lo que le inspiraba, de lo que le movía. Sentarnos a observar una fiesta en uno de los salones chic del momento.
Esa vuelta al centro del artista la sentí yo con Klimt, curiosamente en una exposición en la que no había una sola obra del artista, una de esas exposiciones llamadas inmersivas. Se trata de El oro de Klimt, (https://www.elorodeklimt.es/). La vi en diciembre en Sevilla y ahora se puede ver en Málaga, así que proceso de fases mediante, pienso volver a repetir experiencia.
En la exposición, tras una introducción a través de paneles, nos vamos adentrando en una sala cada vez más oscura donde unos espejos que juguetean con luces nos anuncian que vamos a comenzar un intenso viaje al universo Klimt.
Una sala diáfana y acogedora, recoge con un gusto exquisito imágenes poderosísimas de la vida y obra de Klimt, imágenes que te envuelven y que junto con una música absolutamente integradora con lo que vemos, consiguen una atmósfera que como decía antes le devuelve toda la magia a la magna obra de Gustave Klimt. No ves el audiovisual, sino que el audiovisual te sumerge en la obra del autor, plácidamente. Donde la sensualidad y la evocación propias de la obra de Klimt, se conjugan en plena armonía con el lugar y el sonido, la felicidad se convierte en algo posible.
La impresión que te causa una exposición tiene que ver con lo que ves junto con lo que eres y cómo te sientes en ese momento, para mí fue una sosegada travesía hacia la belleza, en el concepto platónico del término de identificación de lo bello con lo bueno; al que yo añado, y lo bueno, necesario.
Autora: La Laberinta
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