TEÓFORA: La cosa está por aquí complicada y estoy deseando, como escribía Rimbaud ,»abrazar el alba del verano»: ¡Que llegue el verano, por favor!
Estoy deseando, cuando llegue este “permanecer con los ojos despiertos, expectante como si fuera una aspiración del corazón”, queriendo hacerlo todo, leerlo todo.
Tú sabes que por aquí se ha “veraneado” siempre, desde aquellos privilegiados poderosos, como los Montpasier en Sanlúcar, que disfrutaban de carreras de caballos y de baños de sol, sal y agua allí , o en la Caleta y los baños del Carmen; hasta aquellas clases populares que en sus 600, sus colchones y sus cinco hijos “volaban” hacia Torremolinos.
Veranear, dice la Academia de la Lengua, sin inmutarse, es “pasar el verano, o parte del mismo, en lugar distinto de aquel en que se reside”. Las familias hoy distribuyen los hijos cuando pueden o se los llevan refunfuñando a cuestas.
Este verano también, después del Covid que visualizará desigualdades, las personas que puedan tendrán una caricatura de veraneo. Lo mismo que aquellos que se agolpen en la carretera, cuando toque el “éxodo veraniego”. Y todas ellas tendrán un reverso trágico en las desesperadas poblaciones, que huyen por mar o por tierra de guerras, de dictaduras o del hambre (Sabater).
Teófora, tú y yo, nunca veraneábamos, me decías que “las fiestas cuestan caras y las suelen pagar quien no las goza”. ¡Y mira que compartimos cosas!
Como cualquier ser humano, hace unos meses, a primeros de años, compartimos y celebramos el inicio de una nueva década. Había que hacerlo. Que por aquí todo se celebra. Pensamos que si cumplimos ese rito nos irá bien el año.
Esa Nochevieja tomamos las doce uvas, mientras dieron las campanadas. Y doce uvas son muchas uvas. Las pipas que se meten entre los dientes y los hollejos se hacen una bola y no hay quien la digiera. ¡Y menos mal que evitamos otro “conflicto” cuando les ofrecimos a los niños conguitos, gusanitos o gominolas!
Ese día estuvimos los de siempre y después de tomar las uvas nos abrazamos, rozamos unos con otros las mejillas. Son paradojas de la vida que en esta crisis que nos azota se nos recomiende no abrazarnos o besarnos, o que no entrelacemos nuestras manos y nos ilusionemos con un futuro esperanzador, que llegará, dicen, satisfactoriamente; “y que enviemos abrazos, de esos que se dan sin tocarse”.
Aquella noche nos quitamos luego los restos de pepitas de entre los dientes y tomamos turrón de fruta o de ajonjolí, algún alfajor o mantecado de Estepa: “las humanas sandeces”.
Sin embargo, asociando “esas tonterías, esas humanas sandeces”, dentro de una década o de dos, nuestros familiares y amigos brindarán en otra Nochevieja, recordando nuestros nombres, silenciosamente guardados durante todo el año. Esa es otra forma de inmortalidad (Gala), Teófora, si me lo permites.