Reseña de El tiempo pervertido. Derecha e izquierda en el siglo XXI, de Esteban Hernández (Akal)
En su definición tradicional, la diferencia entre los conceptos, por otra parte hoy tan manidos, de “conservador” y “progresista” estriba en la caracterización de sus formas de relacionarse con el tiempo: resistencia al cambio vs. avance hacia el futuro, en lo primero la derecha y, en lo segundo la izquierda. Sus máximas expresiones serían la reacción contra la revolución. El presente libro analiza como dicho reparto se ha dislocado y además es poco operativo para entender el nuevo conservadurismo.
Esteban Hernández señala como a partir de esos ejes y durante las últimas décadas, la derecha y la izquierda han centrado sus estrategias en asuntos culturales, mientras que marginaban sus extremos. La cuestión simbólica sustituyó a la económica y así, tanto conservadores como progresistas no han tenido muchas dificultades para mantener pactos o llegar a acuerdos en materia económica, al menos tácitos (léase, la última reforma laboral), aunque a nivel discursivo se hayan esforzado en las diferencias, para lo que ha venido muy bien el elemento cultural (multiculturalismo, modelo de familia, etc.). Así, se acusan mutuamente de doctrinarismo respecto a cuestiones como el feminismo o incluso en materia económica, mientras que los grandes oligopolios o redes de financiación dictan mandatos que permanecen intocables para ellos.
Dedicando buena parte de la obra a un análisis del conservadurismo (que yo conectaría con el realizado en su ensayo Nosotros o el caos), el autor señala que es necesario para entender mejor nuestro presente liberarlo del peso ideológico y analizarlo prioritariamente como el modo de reacción de los grupos sociales dominantes ante las demandas de los grupos dominados. Para ello es necesario liberarlo igualmente de la cuestión temporal y así, el concepto se puede extender a buena parte de lo que consideramos “progresista”. La tarea es necesaria porque la preservación de valores que, en lo discursivo, dicen defender derecha e izquierda no responde a la realidad porque la defensa del poder, o al menos la lucha por su conservación, siempre la anteponen a la ideología y a los valores morales que supuestamente dicen reivindicar. Se trata de un “doble vínculo” que “puede abogar discursivamente por unos valores mientras los altera radicalmente con sus acciones” (nos podemos acordar de la “defensa de familia” mientras que las condiciones económicas que propician hacen imposible consolidar un hogar).
Para entender el conservadurismo actual, el autor hace genealogía de las oleadas que le precedieron. La revolución conservadora de los años 70, encabezada por Thatcher y después Reagan, transformó el Estado de Bienestar y extendió la tesis neoliberales. Neocons del Partido Demócrata como George Wallace apelaban a la comunidad frente a la “búsqueda de uno mismo” de la era New Age, a la vida ordenada y austera, a la cultura del esfuerzo contra el hedonismo de los hippies y los yuppies. Del mismo modo el orgullo americano se contraponía al Estado, al que se hacía responsable de todos los males, pues su excesivo gasto público recompensaba la pereza de las clases bajas y trababa la libre iniciativa individual, cuestión que sigue siendo central en movimientos como el Tea Party.
La segunda oleada sería la de la era George Bush Jr. (2001), especialmente tras los atentados del 11-S de New York. En una coyuntura de pos-Guerra Fría, el enemigo comunista se vio sustituido por la aparición de una nueva amenaza de las sociedades civilizadas: el islamista. Así, ese nuevo conservadurismo permitía enfrentar los valores de la Ilustración al medievalismo árabe y con ello, el conservadurismo se ve convertido en moderno, ¿en progresista? Asimismo, la amenaza del terrorismo islamista dispuso a la ciudadanía para aceptar mucho mayor control sobre su vida cotidiana y tolerar intervenciones militares unilaterales en países presentados como enemigos. En esta oleada conservadora, además aparece una nueva visión del líder político, a ojos del autor del ensayo, como alguien que ante todo tiene que ser firme, fuerte de convicciones, frente a la figura del buen gestor, recordándonos a las omnipresentes contraposiciones de Aznar con ZP durante los gobiernos de este último (al que Gustavo Bueno, un mentor filosófico de Vox, acusaría de “pensamiento Alicia”).
La tercera oleada vendría con la crisis de 2008, la cual operó un cambio fundamental en la percepción de la vida económica y recuperó un lenguaje religioso a la hora de interpretar los acontecimientos individuales y sociales. Así, fueron la tentación consumista, la comodidad y debilidad de la población el mecanismo explicativo de la crisis, nublando el hecho de que esta no dejaba de ser, como la fue la de 1973, un “instrumento de reorganización conservadora de la sociedad” y la apertura de una nueva estrategia destinada a disparar exponencialmente la distancia entre ricos y pobres. Desde entonces, buena parte de la juventud se ve anclada en el presente de forma hedonista, porque no puede pensar en el porvenir: este se le ha esfumado.
Los efectos de esta tercera oleada conservadora mediante la cual los grupos dominantes han reforzado su poder son claros ahora y se mantendrán en el tiempo, pero el autor del ensayo señala que estamos inmersos en una cuarta oleada que tiene un aire especialmente calvinista, lo que me atrevería a pensar que guía una unificación espiritual del capitalismo global. Cuarta oleada conservadora porque estamos asimilando que sí, que hay futuro, pero al precio de operar un cambio interno radical y para dicho cambio, se disponen un sinfín de normas y preceptos relacionados con la formación permanente (idiomas, cursos de psicología…), la profesión (adaptabilidad, flexibilidad, trabajo en equipo…), la familia (maternidades y paternidades, inteligencia emocional…), el aspecto físico (dietas, ejercicio, cuidado estético…) o actitud (positividad, confianza, espíritu emprendedor…)… es decir, un conglomerado de auto-exigencias dirigidas a fabricar una marca personal equiparables a las versiones más exhaustivas del puritanismo en lo que tienen de auto-obligación, constricción interna y respeto por unas nuevas reglas morales. Así, quien las descuida (no se forma, no se adapta al trabajo o a la familia, no piensa lo que come o no es positivo) será siempre sospechoso/a de dejadez moral: son los nuevos anormales. Mientras, las elites escapan a ese control y se divierten en los reservados vip del Primavera Sound.
Ese nuevo puritanismo atraviesa todos los grupos que antes se distribuían entre conservador y progresista, pero a su vez conecta con los repliegues conservadores anteriores porque sigue describiendo un mundo en el que reina el mal y en el que fácilmente se incurre en el pecado, implica una disciplina efectiva sobre uno mismo (vida frugal, aprovechar el tiempo, huir de la pereza y los excesos…) y opera, a su vez, en un nuevo trasvase de poder hacia los grupos dominantes.
En este nuevo contexto, puede ser normal que haya personas (bien de las fracciones dominadas de las clases dominantes, bien de las clases dominadas) que entiendan que rebelarse pasa por dejarse atrapar por el diablo: comer bollería industrial, contar chistes groseros, ponerse una camisa de Spagnolo, hacerse un selfie en los toros fumando un puro, etc. etc., se convierten en actos (simbólicos) de rebeldía cuyas disposiciones conforman un caladero en el que pescan los nuevos populismos de derechas, inventando una especie de orgullo patrio y de vuelta a esencias nacionales corrompidas por la modernez. Por su parte, la derecha y la izquierda tradicionales siguen mirando al pasado: los segundos tratan de seguir ajustando cuentas pendientes de hace décadas mientras siguen poniendo en el centro de su diana al hombre blanco occidental (por definición, machista, racista, lleno de prejuicios sexuales y de pésimo gusto estético), atrayendo a los individuos cool de los centros urbanos gentrificados, pero alejándose de las clases populares de los barrios periféricos.
En definitiva, el libro de Esteban Hernández, del que solo hemos dado cuenta de algunas ideas a vuelapluma y soltado algún pensamiento, es un interesante ensayo que hace reflexionar sobre un presente en el que todos, quizás, hemos acabo siendo conservadores: policías de uno mismo y de los demás.
Álvaro Castro