» Un pueblo que ha saboreado la libertad no está dispuesto a someterse de nuevo «.
En momentos de oscuridad la Historia siempre me apacigua, me da la certeza de que los malos tiempos pasan. Es quizás por eso que prefiero no conformarme con “lo menos malo” y opte por una alternativa justa. Lo que es seguro, es que las luchas siempre tienen sus frutos, y que la libertad se acaba abriendo paso.
Desde el siglo XVIII, y más concretamente desde el movimiento cultural, científico, filosófico y político que se conoce como la Ilustración, la ciencia fue ganando terreno a lo que, con matices, se conoce como una época oscura. El mismo nombre de “ilustración” (iluminación, el siglo de las luces) venía a derrotar lo que quedaba de la “Edad Media”. Las palabras nunca son neutrales, y quieren decirnos mucho más de lo que entendemos a primera vista. Lo que se llamó Edad Media venía a ser un periodo oscuro entre las grandes culturas de Grecia y Roma, hasta la llegada del Renacimiento que en los siglos XV y XVI hizo que las ciencias y el conocimiento volvieran a florecer.
Quizás cabe aquí una minúscula mención, pero de justicia, que nos merecemos en Andalucía. Y es que gran parte de las ideas del Renacimiento (en las que se recuperó parte de la sabiduría de las antiguas Grecia y Roma, como decíamos) llegaron a Europa por la puerta de entrada de tantas culturas, como es al-Andalus y el Estrecho de Gibraltar. Fueron las traducciones que desde Toledo se hacían de textos cordobeses, al igual que llegaban de Damasco (actual Siria) bien directamente traídos de los autores de siglos pasados o bien de autores de la época influenciados por estos, las que posibilitaron tal vencimiento a la Edad Media. Eran textos de Filosofía o Historia, pero también de Astronomía, de Medicina, Matemáticas… Las raíces del renacimiento están en parte en Córdoba y Damasco, y es algo que no siempre queda dicho.
Aunque hay muchos matices, decíamos que, grosso modo, con la Ilustración se venía a terminar un proceso de iluminación que comenzó en el Renacimiento para acabar con la encorsetada Edad Media. Fue en ese siglo, con obras como la Enciclopedia, que se concretaron los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad que eclosionaron violentamente en la Revolución Francesa. Fue una crisis política y económica la que llevó al rey Luis XVI a convocar una reunión de los Estados Generales. Allí llegaron los tres estamentos (nobleza, clero y pueblo llano), con sus propuestas, quejas y reivindicaciones, para que la decisión fuera la misma de siempre: El pueblo llano debía pagar mientras nobles y curas seguían engordando. Pero esta vez los representantes del pueblo llano, encabezados por una influyente burguesía, dijeron que ya estaba bien: Se reunieron en el edificio donde se jugaba a la pelota (como si hoy se reunieran en el Benito Villamarín) y decidieron algo revolucionario: Firmaron en una declaración que todos los ciudadanos tenían los mismos derechos. Y decidieron algo tan revolucionario como la constancia: Que seguirían reunidos hasta redactar una constitución. La respuesta de la monarquía fue militar, como cabe esperar, y en ese momento el pueblo, aupado por la Asamblea Nacional salida de aquellos revolucionarios, tomaron el arsenal de armas que había en la Bastilla para hacer frente al ejército.
Conocido es el resultado: Guillotina, expansión de las ideas revolucionarias por toda Europa (y América), ascenso de Napoleón al poder, expansión militar de Francia por toda Europa hasta Waterloo, última batalla para el emperador francés. Entonces, los monarcas europeos se reunieron para enterrar las ideas liberales para siempre, prestarse ayuda mutua y a cualquier monarca que la necesitara frente a cualquier intentona revolucionaria.
Y así fue. Famosos son los “cien mil hijos de San Luis”: el ejército francés que cruzó los Pirineos para sofocar la revolución de 1820 y devolver los poderes absolutos al rey español, y lo consiguieron. Pero no contaban con algo, y es que un pueblo que ha saboreado la libertad no está dispuesto a someterse de nuevo. Y como las olas vuelven a la orilla, las revoluciones volvieron a sacudir aquellos países donde habían llegado las ideas revolucionarias: Revoluciones en 1820, en 1830, 1840… y 1848. Fue en este último año cuando, en Francia de nuevo, surgió la Comuna de París. Ese mismo año Karl Marx y Friedrich Engels habían publicado El Manifiesto Comunista. Las ideas de este libro son fruto de su época, pero también han sido las más influyentes en todo el mundo desde entonces hasta hoy. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de hasta entonces se profundizaron hasta llegar a la raíz de los problemas de la sociedad, es decir: las raíces de la opresión, la desigualdad y la hostilidad: La sociedad de clases que oprimía, la religión que sometía, los arcaicos roles sociales que perpetúan las injusticias.
Por supuesto estas revoluciones fueron respondidas por el poder imperante de la época, siempre. Pero algo inesperado pasó setenta años después de que Engels y Marx escribieran su obra: Una revolución triunfó, en un país agrario y atrasado, en el que aún existía una monarquía absoluta. Y esta revolución no fue derrotada. Cien años después de que los cien mil hijos de San Luis partieran de Francia a España para sofocar la revolución, partieron tropas de hasta catorce estados para sofocar una revolución en el Imperio Ruso, pero fracasaron. Y aunque muchas ideas de aquel siglo de las luces ya habían triunfado más o menos, por primera vez un Estado se rigió al margen de los vicios que nacieron de aquellas revoluciones liberales. Y aunque la pretensiosa declaración de que en la URSS no existían clases sociales sea algo más que discutible, lo que sí es cierto es que esos ideales que se forjaron empaparon al pueblo, y como había pasado cien años antes, esas ideas se expandieron por todo el mundo, hasta tal punto que en Europa los países capitalistas tuvieron que inventar algo para contener las ideas que venían de allí. Además de la propaganda anticomunista, pusieron en marcha el Estado del Bienestar, lo que daba unas condiciones mínimas de habitabilidad a las clases trabajadoras haciéndoles ver que en el capitalismo también había cabida para ellas. Y, tras un siglo corto, la URSS y el bloque comunista se desquebrajó. Y volvieron los tiempos oscuros: Oscuros, si comparamos los niveles de vida en la URSS, en Yugoslavia o Rumanía, por poner tres ejemplos, a mediados de los años 80, y cómo malvivían en los mismos países a mediados o finales de los 90. Pero también tiempos oscuros, viendo cómo una vez caído el “telón de acero” los países europeos dieron por amortizado el Estado del Bienestar: Las ofensivas contra los derechos laborales, la sanidad y educación públicas, las pensiones y otros derechos básicos son constantes desde entonces y nos traen a la actual Europa. El tratado de Maastricht de 1992 (sólo tres años después del desmoronamiento de la URSS) da buena cuenta de ello.
Pero pasaron pocos años hasta que, de nuevo, floreció el segundo proceso libertador de Latinoamérica. En 1998 llegó al poder Hugo Chávez en Venezuela, y en una década se consiguió por primera vez un polo latinoamericano que ganara un pulso a los Estados Unidos, que hasta ahora había considerado a sus vecinos del sur como su patio trasero, manejando con oscuros tentáculos sus políticas y economías. Pero a muchos de estos gobiernos progresistas los derrotaron reacciones autoritarias, pseudo-fascistas o dictatoriales. En este contexto llegamos a las situaciones actuales de Chile, Ecuador, Brasil, Bolivia, o hace poco Nicaragua, que viven tiempos difíciles y de intensa lucha a la reacción conservadora. Mientras, en Europa, se vive un auge de la extrema derecha, algo que en el estado español y en Andalucía estamos experimentando fuertemente.
Pero es en estos momentos en los que, precisamente, la Historia me vuelve a recordar que tras estos momentos de reacción siempre ha habido otra ola que ha vuelto a la orilla cargada de fuerza revolucionaria. Porque como me dijera hace quince años aquel profesor al explicarme la Revolución Francesa, un pueblo que ha saboreado la libertad no está dispuesto a someterse de nuevo. Palabras como esas se te marcan en el corazón de por vida.
Un artículo Fran J. R. León
Palma del Río, 22/11/2019